Es un mediodía invernal, en Roma, a 9 grados. Sol pálido. En los jardines de la Villa Doria Pamphili la primera ministra Giorgia Meloni espera a los Reyes de España con impaciencia. Tardan unos segundos más de lo acordado y Meloni, hiperactiva y bajita, se pasea nerviosamente. Su admiración por las monarquías es igual a cero, pero comprende que son las cargas de su cargo y se dispone a enfrentarse por primera vez a unos Reyes en ejercicio, con la ventaja de que habla español perfectamente, ya que su padre vivió varios años en nuestro país, unos como hombre libre y los otros en prisión por delitos de tráfico de drogas.
Pero Giorgia, que tiene a gala ser la naturalidad personificada, no se ha molestado siquiera en vestirse elegante, va como siempre, funcional y cómoda, con un traje pantalón de color beige que pide a gritos una plancha. No se maquilla y parece que se haya peinado con los dedos. Letizia, a su lado, es como una aparición milagrosa: luce un vestido rosa de mangas a lo Ymelda Marcos, muy inapropiado a mi entender para este evento mañanero y en un país tan rabiosamente republicano como Italia. Además, le va grande y la obliga a caminar envarada y rígida como una muñeca rusa, algo muy raro en Letizia, que suele ser desenvuelta y elástica. Y en los escasos metros que van desde el encuentro a la entrada del palacio tiene lugar uno de los momentos más incómodos del viaje. Letizia no sabe dónde ponerse.
Mejor dicho, protocolo no sabe dónde poner a Letizia. Como no hay primer “damo”, va detrás, sola como un perrillo abandonado, y a la hora de posar los tres, la hacen moverse para darle protagonismo a Meloni y Felipe, parece incluso que la quieren sacar de la ecuación. Su marido la coge por el brazo y le hace una indicación con la barbilla, ella protesta y Giorgia los mira con cara de estar pensando “menudas chorradas preocupan a estos monárquicos”. Al final Letizia comprende que tiene que ocupar el lugar más secundario, el izquierdo, y posan los tres dedicando a los fotógrafos un montón de sonrisas más falsas que los bolsos de Vuitton que venden al lado del Coliseo.
Un trato impropio
En realidad, todo el viaje ha fallado por la base: ¿Qué hace una reina consorte cuando el presidente de gobierno es viudo y la primera ministra soltera? El diario la Repubblica se preguntaba, “¿estará sola Letizia durante su estancia en Italia?” Al final Mattarella p dió a su hija que hiciera de pareja, no de él, sino de Letizia, una solución artificial y forzada, pero al menos funcionó, aunque Meloni se negó a sacarse un hermano o amigo de la manga y los recibió sola. Y creo que en estos días ha quedado en evidencia el papel de florero que tienen las reinas consortes a nivel internacional. Algo totalmente injusto, porque Letizia es una mujer inteligente y preparada, implicada en diversas causas de forma solvente y profesional.
¿No podría estar a la par de su marido? ¿Qué inconveniente habría para que los tres estuvieron en el mismo plano? Que le pongan un acompañante como si fuera una niña, por muy glamurosa y simpática que sea la hija de Mattarela, no deja de ser humillante para ella como mujer y como profesional. Cuando en el año 82 Juan Carlos y Sofía visitaron a su gran amigo Sandro Pertini, el presidente socialista italiano, estuvieron los tres al mismo nivel en todos los actos oficiales. Pertini estaba casado con una periodista alérgica a la fama, Carla Voltolina, que los invitó a cenar a su modesto apartamento, pero se negó a participar en ceremonias públicas. ¡Y no pasó nada!
Modelos desacertados
Claro que en aquel momento Juan Carlos se había enfrentado, y esa seguridad aplastante se trasmitía en todas sus acciones. Felipe y Letizia, sin embargo, siempre parece que caminen sobre carbones encendidos y el desconcierto con el que afrontaban este viaje se vio hasta en los modelos escogidos por la reina, habitualmente tan elegante y acertada. Desde la bufanda supergigante del primer día, como si estuviera en el Polo Norte, acompañada por unos incongruentes zapatos dorados que eran casi sandalias, hasta el excesivo traje mañanero de Carolina Herrera de color rosa Disney y el dos piezas de mezclilla de Alberta Ferreti que llevó en su reunión con la FAO.
La Reina usa una talla 34 y hay marcas que no la tienen y si una modista no ajusta los modelos, quedan muy holgados, como en este caso, por mucho que la Reina tratase de disimular con un cinturón. Las piernas desnudas con ese tejido de tweet gru so, y el largo de la falda, tan poco favorecedor, conformaban uno de los conjuntos menos bonitos de los que le he visto a Letizia. El traje de noche de Max Mara para la cena oficial ni fu ni fa, era de señora mayor, pero no de ahora, sino de los años veinte del siglo pasado, y por último la falda de tafetán con vuelo y la camisa blanca de Nápoles parecía un conjunto de ballet y no resultaba adecuado para presidir una ceremonia tan formal como un doctorado honoris causa.
La prensa italiana ha sido en general elogiosa –no tanto como la española, de todas formas–, aunque ha causado extrañeza que Letizia vistiera de negro “un color de luto”, que el protocolo le haya asignado tan poco papel y también que, en esta visita al país de la moda, no se haya esforzado más, “ha estado correcta, pero gris”. Meloni también sentenció con cierta condescendencia “me han parecido muy serios”. ¿Es un elogio o una crítica? Chi lo sa!