Ahora, en Abu Dabi, está tranquilo. A pesar de los rumores recurrentes de que iba a volver a España, Juan Carlos nunca ha tenido intención firme de hacerlo. ¿El culpable? Para él no son ni su hijo ni su nuera ni Podemos, sino el presidente del Gobierno. “Sánchez no me quiere en España”, “Sánchez se quiere cargar la monarquía”, suele decir. Quien hacía de intermediaria entre la Moncloa y la Zarzuela era Carmen Calvo, pero ahora que ha dejado de ser ministra a ver quién asume tan ingrato papel... Porque si Juan Carlos está tranquilo, no lo están el Gobierno ni su familia, ya que, poniéndonos ante el hecho biológico inevitable, ¿qué pasará cuando muera? ¿Cómo se resolverá esa espinosa cuestión? Como en todas las monarquías, hay un operativo previsto para proceder al funeral de un rey, pero ¿en estas circunstancias? Si hubiera ocurrido durante la pandemia, hubiera sido fácil achacar la discreción a la covid y su cinturón sanitario, pero ¿ahora o en los años futuros? Es una preocupación constante para el Gobierno y, sobre todo, para su hijo. Si su padre enfermara de gravedad... Si... Si... ¡Todos vamos a morir! Aunque yo no tenga relevancia alguna, sé cómo será mi entierro, qué músicas se pondrán, en qué lugar quiero que reposen mis restos... ¡Que nadie me diga que Juan Carlos no ha pensado en el suyo! ¿Querrá caballos empenachados como en el fastuoso funeral de Tierno Galván? ¡O a lo grande, en El Escorial, como quiso que tuviera su padre honores de rey, sin haber sido nunca rey! ¿Querrá que lo sepulten en el mar, por esa alma marinera que tiene por encima de todas las almas? Quizás hablará del tema con su sobrina Simoneta, que, me cuentan, es ahora su gran confidente con la que departe casi a diario, más que con sus hijas o las amigas especiales que no lo han abandonado en este año de destierro. A ellas sigue diciéndoles que no considera que se haya comportado de forma incorrecta; si algo ocurrió fue por descuido, desidia o desconocimiento, pero nunca deliberadamente...
¿Cómo será su funeral?
Cuando se le cuenta que su figura sigue acaparando titulares en España y que se van a hacer series de televisión sobre su persona –una noticia que ha salido incluso en los periódicos de Emiratos Árabes–, sonríe sin preocupación y con algo de amargura porque “¿qué más se puede decir de mí que no se haya dicho ya?”. Y es que cree que la opinión pública, manipulada por quien corresponda, se ha cebado en él de forma injusta, olvidando todos los sacrificios que ha hecho para traer la democracia a este país. Y no quiere oír hablar de la solución que se le ha insinuado, incluso desde su propia familia: que pida disculpas públicas y así el retorno podría darse antes de que sea demasiado tarde. No para volver a la Zarzuela, sino a la finca de algún amigo, donde se alojaría sin interferir en asuntos de gobierno. Pero, aunque parezca imposible en un hombre que ha sido halagado hasta la extenuación, ahora no hay tantos amigos dispuestos a cargar con esa responsabilidad. Como decía su abuelo con resignación: “¡Admitámoslo, los reyes en paro estamos pasados de moda!”.