Letizia la odian. Los partidarios de Juan Carlos, digo. Los monárquicos de viejo cuño, los que frecuentaban la Zarzuela, los que están a su lado desde que era joven. Los que creen que con todos sus defectos –“¡Nadie es perfecto!”– es mil veces mejor que su hijo. Al que dedican palabras de conmiseración, calificativos desdeñosos envueltos en falsa compasión. “¿Felipe? Un pobre hombre, dominado por su mujer, ¡un calzonazos!”. Algunos, que quieren pasar por más comedidos, deslizan: “No tiene el carisma de su padre, ni su inteligencia natural, pero es un buen chico...”, aunque luego clavan la puñalada trapera: “Claro, que la que manda allí es la nieta del taxista”. Son los despechados, los expulsados del paraíso, los cortesanos profesionales a los que han barrido del mapa los Reyes actuales y que, con el emérito en Abu Dabi, se han alejado de los círculos de poder y se muerden los puños de rabia porque ya no pintan nada. Son los mismos que susurraban al oído de Juan Carlos, como las brujas de ‘Macbeth’: “Volved, señor, que en España os quieren... Están deseando vuestra vuelta, señor... Nadie os ha olvidado”.