Hoy, Juan Carlos y Sofía, que no se han divorciado a pesar de las múltiples ‘olginhas’ que ha habido junto al rey, llevan vidas separadas desde hace muchos años; en realidad, desde la muerte de Franco para ser más concretos.
Estos días están obligados a confinarse en el mismo recinto, aunque en alas distintas del palacio. Un palacio silencioso, ya que se ha reducido el personal al mínimo. Solo se anima algo por las mañanas, pues Letizia y Felipe utilizan el despacho para sus entrevistas virtuales.
Pero los reyes actuales y los eméritos no se ven ni cruzan palabra. Don Juan Carlos se entera de las actividades de su hijo por la prensa. Aunque tiene problemas de movilidad, hasta el punto de que se desplaza ya siempre por Zarzuela en silla de ruedas, de cabeza está activo y en forma.
Lee los periódicos en su tablet, habla mucho por teléfono con sus hijas, con amigos y amigas, y siguió con preocupación el estado de su antiguo condiscípulo, Jaime Carvajal, que estuvo gravemente enfermo a causa del coronavirus y lo llamó cuando regresó a su casa. Quizás aprovecha para releer ‘Platero y yo’, según las malas lenguas el único libro que ha leído en su vida, que siempre le hace llorar. Ni Juan Carlos ni Sofía han visto a sus nietas.Ellos no se han cruzado una vez ni han intercambiado palabra, cosa habitual, por cierto, aunque no haya pandemia.
Me dicen que una de las tareas que se ha impuesto Sofía, que está confinada junto a su hermana Irene, es ordenar los viejos álbumes de fotos, en los que están anotados cuidadosamente lugares y fechas. Quiero pensar que ha buscado el álbum de 1960 y alguna lágrima se le habrá escapado al ver las imágenes de aquellos tiempos en que eran jóvenes y felices.