¡Veinticinco años! ¡Un cuarto de siglo ya desde unos sucesos que hicieron tambalear, no solo la prensa del corazón, sino el mismismo corazón de la familia real! Aunque los medios, sometidos a una férrea censura en esos tiempos, no llegaron a reflejar un escándalo que en otro país hubiera hecho temblar a la monarquía. ¿El protagonista? Felipe de Borbón. El hoy rey impecable y marido entregado tenía entonces 28 años y se revelaba tan ardiente como todos los Borbones. Las novias se sucedían a velocidad frenética, pero la prensa recibía serias advertencias, tanto de Moncloa como de Zarzuela, para no tratar su vida privada. En las revistas se las llamaba pudorosamente “acompañantes” o “amistades”. Las chicas que salían a su lado eran simplemente “amigas del príncipe”. Así había sucedido con Isabel Sartorius, por ejemplo, que, aunque llevaba más escolta que las propias infantas, nunca fue reconocida como novia oficial. Y con la princesa Tatiana de Liechtenstein, por la que no suspiraba Felipe, sino su madre, Sofía. Tatiana era de sangre azul y riquísima, pero Felipe no se sentía atraído por ella y respondía aburridamente a los reporteros: “Casi no la conozco”. Como, pese a todo, se filtró que el compromiso podría estar pactado ya por ambas familias, la pobre princesa se vino a vivir a España, aprendió el idioma, dijo que le encantaban los toros, la paella y la sangría, pero cuando por enésima vez Felipe la negó, un despechado soberano de Liechtenstein declaró que “mi hija no solo no es novia del príncipe, sino que ni siquiera le gusta”. La realidad es que Felipe estaba con otra y lo de Tatiana era una maniobra de distracción para ocultar unos amores muy inconvenientes.