Fue al insti durante tres años. Hora y media para ir y hora y media para volver. La mañana la pasaba en sus clases de ballet, por la noche –cuenta la escritora Elvira Lindo– las hermanas cogían el último metro, el último autobús y llegaban derrengadas a casa a las doce y media después de un día agotador. Mientras una anónima Letizia de quince años se volcaba en su nueva, fatigosa pero excitante vida, Felipe de Borbón, entonces con diecinueve, ingresaba con gran fanfarria periodística en la academia militar de San Javier para aprender a pilotar aviones de combate. Claro que Felipe ya había cursado su Bachillerato en el Rosales y había pasado un curso en Canadá, lo que en esa época despertó crítica y recelo. “¿Qué se le ha perdido al príncipe en Canadá? Es culpa de esa decisión equivocada de dejar su educación en manos de su madre”, argumentaban los entendidos, aunque ‘sottovoce’ se comentaba que se le había querido alejar de la Zarzuela por el incómodo ambiente familiar que las tiranteces en el matrimonio real propiciaban. Un ambiente familiar muy distinto del de aquella Letizia de quince años, que ya quería ser periodista “como papá” y que, en la pequeña habitación que compartía con sus hermanas, se quedaba hasta la madrugada escribiendo debajo de la sábana, a la luz de una linterna, sus impresiones del día: “Querido diario: Hoy...”. Ay, quién pudiera leerlo ahora.