Pilar Eyre

Pilar Eyre

Infanta Cristina
GTRES

Felipe aún no ha perdonado a su hermana Cristina

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

Felipe y su hermana Cristina no se saludaron en el acto de entrega de las becas de La Caixa del pasado miércoles. No se saludaron ni se miraron siquiera, a pesar de que estaban a pocos metros el uno del otro. Al menos no lo hicieron públicamente, y si hubo saludo en la intimidad no cuenta porque lo importante sería la reconciliación pública, y eso no se ha producido. La grieta es demasiado grande, el dolor causado difícil de perdonar: recordemos que desde el 2011, cuando empezaron las investigaciones del caso Nóos, se apartó a la infanta de la familia real y una de las primeras decisiones que tomó Felipe rey fue “...revocar la atribución a doña Cristina de la facultad de usar el título de duquesa de Palma de Mallorca”. En ese momento se filtró que el rey había intentado que su hermana renunciara al ducado y su puesto en la sucesión de la corona voluntariamente, y, que, al no hacerlo, tuvo que darle esa bofetada oficial. A mí me contaron, sin embargo, que la infanta no lo hizo por consejo de sus abogados, ya que eso hubiera sido admitir su culpabilidad en la causa abierta por el juez Castro que la llevó a sentarse en el banquillo.

Una infanta desamparada

Desde entonces la infanta Cristina se convirtió en una apestada. Tuvo que pasar las etapas de su particular viacrucis totalmente sola, sin el apoyo de nadie, porque todos te- mían disgustar a los reyes: el juicio, el paseíllo diario hasta la sala entre insultos, la condena de Iñaki, las visitas a la cárcel, el aislamiento en Ginebra... Y después, el mazazo final: las fotos publicadas en Lecturas de su marido, el causante de todo, con otra mujer. La humillación total y absoluta. Pero nada de eso conmovió a su hermano, que siguió ignorándola. Tenía que ver a su madre prácticamente a escondidas, no podía alojarse en Zarzuela, si iba a Marivent debía ser cuando no estuvieran Letizia y Felipe... Sus hijos son chicos sin ningún privilegio, que detestan estar en el ojo público y que apenas conocen a sus primas Leonor y Sofía. En las escasas ocasiones en que los reyes han coincidido con Cristina en actos privados, han procurado no estar juntos, ¡todos guardamos en la retina esa imagen de los reyes en el funeral de Pilar de Borbón pasando frente a Cris- tina y Elena sin dirigirles una mirada, para después abrazar cariñosamente a la reina Beatriz de Holanda, a la que apenas conocían! Beatriz estaba sentada al lado de Cristina, que miraba de reojo a su hermano y su cuñada, que la ignoraron olímpicamente ante la extrañeza de la propia reina holandesa, que no daba crédito a lo qué ocurría. 

Al acto de la Caixa acudía todos los años Felipe acompañado de Letizia. Sin embargo, Cristina, cuya presencia hubiera estado justificada al ser directora de relaciones internacionales de la entidad bancaria, no iba, es de suponer que para no coincidir con su hermano y con su cuñada. Este año, sin embargo, Letizia ha causado baja ya que, casualmente o no, estaba en un viaje de cooperación en Guatemala, y este he- cho quizás ha propiciado que Cristina ocupara el lugar que le corresponde por su cargo. La infanta estuvo sonriente y relajada, como si fuera poco a poco encontrando su lugar en el mundo. Porque lo cierto es que las figuras de Ele- na y Cristina despiertan cada vez mayor simpatía y afecto en la opinión pública. Se vio, por ejemplo, en el reciente funeral en memoria de la hermana de Lorenzo Caprile, Paola, el pasado viernes en la iglesia de San Fermín de los Navarros. Me contó una asistente a la ceremonia que las dos hermanas llegaron juntas y, como el templo estaba abarrotado, porque Lorenzo tiene innumerables amigos en el “todo Madrid”, desde Antonio Resines hasta Agatha Ruiz de la Prada, se quedaron detrás, de pie, incluso tuvieron que dejar los bolsos en el suelo cuando se arrodillaban. Alguien avisó a Lorenzo, que fue rápidamente a buscarlas para que se sentaran en primera fila, pero ellas se negaron y estuvieron durante toda la ceremonia mezcladas con la gente, que les mostraban con discreción su simpatía.

En el momento de darse la paz, las dos hermanas no tenían manos para saludar 
a tantos. Cuando acabó la misa funeral Cristina y Elena se fundieron en un abrazo interminable con Lorenzo, al que quieren como un hermano. “Si la gente supiera lo sencillas que son, ¡si supieran como son en realidad!”, me ha confesado en algún momento raro de confidencias el propio modisto. Recordemos que él fue la única persona que acudió a acompañar a Cristina durante el juicio por el caso Nóos. Se presentó con su zurrón de piel y su camisa de cuadros en Mallorca, sin avisar a nadie, ni a la propia Cristina, y estuvo sentado en una sala lateral del juzgado en medio de un bosque de sillas vacías, manifestándole así su cariño y lealtad en un momento delicado, sin pensar en que eso podía alejar a clientas de su taller o le podía perjudicar profesionalmente. Quizás ha llega- do el momento de que se restituya a Cristina en el lugar que le corresponde devolviéndole el título de duquesa de Palma: no se entiende que su hermana sea duquesa de Lugo, que incluso su padre siga siendo rey y ella continúe castigada por algo que, según la justicia, no hizo. 


 

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