¡Siempre las dos Españas! La de Juan Carlos y la de Felipe, ambos en territorio español pero separados por casi la mayor distancia posible sin salir del país: 1357 kilómetros. La costa de Pontevedra, bañada por aguas atlánticas, y la costa deMallorca, bañada por el Mediterráneo. Como me dijo el padre de Juan Carlos, don Juan de Borbón, en una entrevista melancólica que le realicé en Sitges en el año 1981, cuando su hijo llevaba tan solo seis años en el trono: “No saben dónde ponerme porque temen que dañe a la Corona, nuestros barcos no van a atracar en el mismo puerto, lo deseable sería que ni siquiera navegaran en el mismo mar..."
Una corte bajo sospecha
La corte de Juan Carlos en Sanxenxo no se parece en nada a la que tuvo en otro tiempo, cuando era el rey del mundo. En lugar de Tchokotua, Karim Aga Khan, Miguel Primo de Rivera, Diego Prado, Cusí o el desconocido Alexis Mardas (“mi hermano pequeño”, como lo definía a veces), están Pedro Campos, su mujer y compañía, personas que no sabemos muy bien quiénes son. La devoción que manifiestan por el emérito, hasta el punto de poner su casa a su disposición y mover, a su capricho, las fechas de las regatas, un acontecimiento privado que necesita de patrocinios, no deja de despertar ciertas suspicacias en los pocos amigos de toda la vida que le quedan a Juan Carlos. En esta ocasión no ha bajado ni una vez el cristal de su coche para no tener que contestar preguntas embarazosas: no olvidemos que hace apenas una semana se enfrentó en los tribunales ingleses a su ex amante Corinna, que le reclama 146 millones de euros por daños morales y difamación, un juicio sobre el que sorprendentemente han pasado de puntillas los medios españoles. Y, además, debe afrontar la demanda civil por incumplimiento de contrato de su antiguo equipo de abogados, el poderoso despacho británico Carter Ruck.
La incomodidad de Felipe
Mientras tanto, en Mallorca, un Felipe sin sonrisas y notablemente incómodo, con miedo a que los periodistas le preguntasen precisamente por su padre, prefiere refugiarse en el mar con sus amigos íntimos de toda la vida que le sirven de consuelo y de parapeto. Sobrio y austero, nuestro rey personifica como nadie el hombre corriente que interpretó en el cine con tanto acierto James Stewart. Guapo, pero sin atractivo sexual, afable, pero sin la simpatía estridente de los políticos profesionales, elegante, aunque de una forma tan anodina que serías incapaz de explicar qué llevaba puesto después de ver una foto suya, Felipe parece más tenaz que inteligente, más reflexivo que líder.
También podrías jurar sobre la Biblia que es un buen padre, pero seguro que, ante ciertas cuestiones complicadas, se sale por la tangente, “eso mejor pregúntaselo a tu madre”. Porque tiene al lado a una mujer con carácter, que no ha sido educada en el disimulo y el fingimiento y a la que se le nota todo. La actitud de Letizia en Mallorca nunca es relajada: o está excesivamente desenvuelta, nerviosa y campechana u opta por un perfil bajo, gris y aburrido. De las dos maneras puede visualizarse, casi como si lo llevara escrito en la frente, el gran esfuerzo que realiza para estar a la altura de su papel y que nadie la compare con su suegra. Doña Sofía, impertérrita, sigue fiel a su línea. No se sabe muy bien quién empezó a decir que su gran anhelo es juntar este año a todos los hijos y nietos. Yo creo que se trata de meras especulaciones, ya que ella hará, como siempre, lo que más convenga a Felipe y a la Corona, y ciertos miembros de la familia no dejan de ser elementos contaminantes.
Eméritos e irreconciliables
Tampoco se entienden muy bien esos rumores recurrentes de que Sofía y Juan Carlos hablan todos los días por teléfono, cuando es evidente que no se pueden ver ni en pintura. Sofía no ha ido nunca a los Emiratos, ni a Sanxenxo, y la expresión de odio de Juan Carlos es evidente en las escasas ocasiones que han debido coincidir en ceremonias oficiales. Pagaría un millón de euros por saber lo que debe pensar Juan Carlos del hecho de que él deba alojarse en un chalecito particular en el que dispone tan solo de una habitación mientras su mujer disfruta de los 33.000 metros cuadrados de Marivent. Y pagaría dos millones por conocer las conversaciones al respecto con sus nuevos amigos. ¡Quién pudiera transmutarse en uno de esos centollos que se sirven a diario en Chez Campos!
Juan Carlos, más joven
Pero este año hay novedades. ¡El nuevo aspecto de Juan Carlos! Son evidentes los arreglos estéticos que se ha realizado en el rostro, mi doctora dice que probablemente se ha hecho un tratamiento con plasma vivo en plaquetas, lo que incrementa el colágeno y tiene un efecto rejuvenecedor.
En Abu Dabi está uno de los centros estéticos más importantes del mundo, el Hospital Burjeel. No olvidemos que el emérito es un pionero en tratamientos antiaging y muchos lo hemos visto con moraditos en la cara fruto de los pinchazos de bótox y ácido hialurónico que le realizaban en la clínica donde se trataba en Barcelona en la época Corinna. En fin, que tanto embellecimiento solo puede significar una cosa: o que Juan Carlos se ha enamorado de nuevo o que vuelve a estar en el mercado porque, no lo olvidemos, nunca es invierno en el corazón.