Y también por casualidad, me enteré de la faceta más desconocida de Letizia. Hace años, fui a visitar a la hija de unos amigos al hospital Sant Joan de Déu. Dos hombres jóvenes, con pinganillo, hacían guardia en el pasillo. Cuando nos fuimos, ya habían desaparecido. Mientras esperábamos un taxi, una persona del abnegado equipo sanitario me dijo con una media sonrisa: “Por cinco minutos no se han cruzado”. No sabía de quién me hablaba, pero me tiré a la piscina, como tenemos que hacer tantas veces en esta profesión. “Ah, ¿esta noche estaba también?”. “Viene a menudo a ver a los enfermitos y a confortar a los padres”. ¿La señora Pujol, Sonsoles Zapatero…? Quién, Dios, quién, me preguntaba por dentro, sin atreverme a verbalizarlo. “Hoy, sin la hermana”. ¿La hermana, Irene? ¿Se trataba de la reina Sofía? Seguí guardando silencio y, al final, mi informante precisó: “Nos ha dicho que, cuando sean mayores, traerá a sus hijas…”. Y ahí ya me lancé: “¿Leonor y Sofia?”. Me miró con suspicacia, y, antes de ponerse el casco de moto, me indicó: “Usted no cuente nada, eh, que nos lo tienen prohibido”.