Los grandes amantes! ¡Juntos en su casa de Ginebra! Así están pasando este invierno Juan Carlos y Marta Gayá, en el elegante apartamento que el rey regaló a su “girlfriend”, como él la llama, en el año 2007 en Cologny. El emérito no ha venido a Sanxenxo estos días como tenía programado, no porque esté de médicos en Suiza, sino porque arrancarse de la amable compañía de Marta cada vez le cuesta más, y ya veremos como estos viajes a España se irán espaciando (cosa que alegra a su hijo y su nuera de forma notable). Claro que oficialmente no puede pasar en Ginebra mucho tiempo, ya que tiene su residencia fiscal en Abu Dabi, pero sus “hermanos” los jeques se lo consienten todo.
En los Emiratos, por cierto, están establecidos los mejores especialistas médicos del mundo, aunque Juan Carlos prefiera ponerse en manos de amigos suyos españoles. Según me cuentan tiene diversas dolencias, pero ninguna de ellas es alarmante. Cuando va a Ginebra se queda, oficialmente también, en el hotel Four Seasons, propiedad del príncipe saudí Alwaleed bin Talal, donde le guardan una suite todo el año gratis total. Pero es en casa de Marta donde pasa este último período de su vida, dulce a pesar de las circunstancias porque cuenta a su lado con la que ha sido su compañera durante cuatro décadas.
Se cumplen este año y es lógico pensar que, en ese ambiente hogareño y confortable, habilitado para la silla de ruedas que suele utilizar su majestad, los dos hayan echado la vista atrás, a ese pasado con muchos momentos de felicidad, pero también con muchos disgustos y contratiempos, casi todos ellos debidos a las debilidades de la carne de Juan Carlos que, pese a todo, se ha mostrado fiel a su auténtico amor. ¿Fiel?, le pregunté un día con sorna a un viejo amigo, “sí, a su manera, fiel en espíritu ¡pero no en disciplina!”.
Un romance secreto
Juan Carlos con 47 años y Marta con 38 no eran niños cuando se conocieron. El rey tenía un largo rosario de mujeres a sus espaldas, aristócratas, artistas, periodistas... Marta por su parte era relaciones públicas de la discoteca del Club de Mar de Palma, estaba recién divorciada y cuando Juan Carlos la vio se enamoró instantáneamente de ella y le pidió a su amigo Zourab Tchokotua que se la presentara. No era una vampiresa deslumbrante, pero aunaba todo aquello que él necesitaba en una mujer: conversación, simpatía, sensualidad elegante y, sobre todo, sentido de la abnegación y una discreción a prueba de bombas.
La pareja buscó amigos para que los protegieran, el piloto Rudy Bay, su pareja Marta Girod, Tchokotua y su mujer Marieta Salas, y gracias a ellos su romance pudo desarrollarse sin sobresaltos. Pero pronto el rumor empezó a circular entre periodistas, mallorquines y la propia reina, que tenía un sexto sentido para adivinar estas cosas, y luego Sabino se lo corroboró. Su mujer era profundamente desdichada, pero Juan Carlos les confesaba, exultante, a sus amigos: “Nunca he sido tan feliz”.
"Nunca te abandonaré"
Después empezó a abatirse la desgracia sobre ellos. Una noche Marta tenía que salir a cenar con Rudy Bay y su mujer, pero en el último momento decidió quedarse en casa. Media hora después se enteró de que sus amigos se habían estrellado con su coche y se habían matado. Marta se hundió. El pajarraco negro de la tristeza primero, depresión después, se hincó en sus hombros y Juan Carlos, el gran egoísta, lo dejó todo para cuidarla, hasta el punto de que abandonó sus deberes constitucionales, ante el escándalo de todo el país, para acompañarla en una cura de sueño en una clínica suiza.
Fue entonces cuando le dijo, “Martita, nunca te abandonaré”. Pero que la amara profundamente no fue óbice para que un par de meses después, durante los Juego Olímpicos que se celebraron en Barcelona, cenara todas las noches con su amante catalana, antes de pernoctar en el palacio de Pedralbes, donde lo recibía una Sofía furiosa con improperios y exigencias.
Resistió a Corinna
Pero nada ni nadie destruía la relación de Marta y su “Juancho”, como lo llamaba ella. Hablaban todos los días por teléfono, Marta se movía con escolta y avión privado, navegaba en el barco del Agha Khan, compraron una casa en Gstaadt, donde acudían a esquiar, un ático en Fuencarral, en Madrid, donde se veían en invierno y el piso de Mallorca, en el paseo Marítimo. Juan Carlos todo lo ponía a nombre de Marta, no le escatimaba nada, pero a ella le faltaba lo más importante: reconocimiento e hijos, todo eso lo sacrificó por el rey. ¡Su amor sobrevivió incluso al huracán Corinna!
Pese a lo loco que estaba el rey por ella y las veces que la princesa lo amenazó con dejarlo si no cortaba la relación con la mallorquina, Juan Carlos continuó viéndola y protegiéndola. Y ahora que se han cumplido cuarenta años de relación, quiere terminar sus días con Marta y se ha ocupado de que no le falte nada cuando él fallezca. Y no se refiere solo al aspecto económico, ya que le ha asegurado el futuro de la misma forma que lo ha hecho con sus hijas. Pero no quiere que la aparten a un lado cuando él ya no esté, “amparadla, queredla como me habéis querido a mí ¡no la dejéis sola!”.