Después del agotador periplo fotográfico de la reina Sofía con su hijo, Letizia y sus nietas, después de esos posados y esas sonrisas más falsas que un duro de madera que no han convencido a nadie, la emérita puede relajarse y hacer su vida habitual en Mallorca. En el porche de su palacio de 9.000 metros cuadrados, con esculturas de Miró en los jardines franceses, tres edificaciones anexas, piscinas y solárium, con coches y barcos a su disposición, a 6.000 kilómetros de su casquivano e incómodo marido, la Reina desayuna cada mañana los productos naturales de la huerta leyendo los periódicos del día y escuchando el canto de los pájaros. Son tres meses de paraíso y, aunque tiene decenas de servidores, solo disfruta de la compañía de dos personas.