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Cantora está en silencio. El que fue en otros tiempos un hogar ruidoso y amable, lleno de risas y amigos, ese lugar mítico, el más famoso de España, ¡nuestro Graceland!, está en horas bajas. Doña Ana, la matriarca, descansa; los hijos penan. Porque Ana Martín siempre fue doña Ana, una mujer sin edad, con moño y rostro terso desde que la conocí, cuando Isabel tenía 26 años. No puedo olvidar ese día en el que nos recibió en su casa de Sevilla, un piso alto, muy luminoso, decorado con metacrilato, plata y pájaros de porcelana. Se lo acababa de comprar Isabel, 17 millones de pesetas, porque ya era una estrella con un gran caché. Todas las habitaciones estaban tan impecables como una exposición de muebles. El dormitorio de la cantante tenía cojines y cortinas de color malva y una colcha de satén llena de peluches. El de Paquirri, entonces su novio, era impersonal, “casi siempre está en la finca”.