La princesa Leonor debe dejar atrás la sobreprotección de su madre y el protocolo de la corte. La queremos ver con personas de su edad, queremos saber qué piensa. Nos llevaríamos sorpresas en positivo Uno. La transición. Pasar de niña a mujer, sin complejos, dejar atrás los vestiditos infantiles que aplastan el pecho incipiente, olvidar los mohines pueriles para moverse, actuar y sonreír con la naturalidad de todas las chicas jóvenes . Es una etapa difícil, es cierto, pero en el caso de Leonor creo que está durando demasiado. Dos. Despegarse de su hermana. Aquí debería seguir el ejemplo de Isabel y Margarita de Inglaterra que, cuando abandonaron la infancia, separaron sus caminos, ya que una iba a ser reina y la otra no. También es injusto para Sofía que, no yendo a disfrutar de los privilegios de su hermana, tenga las mismas obligaciones . ¡Lo que pasará por esa cabecita en esas largas ceremonias en las que su hermana es la protagonista! ¿Se sentirá como un cero a la izquierda? ¿Le importará o, bien al contrario, se sentirá aliviada? Tres. Proximidad. No se ama lo que no se conoce. Y no se conoce porque solo vemos a la heredera de la corona en unas pocas encorsetadas ceremonias al año, por muy bien que realice su cometido. Encima, ahora se la envía a Gales para acabar su bachillerato, con lo que su presencia todavía será menor. Queremos ver más a Leonor, pero interactuando con personas de su edad, queremos verla hablar, queremos que dé entrevistas y conocer su forma de pensar… seguro que nos llevaríamos muchas sorpresas en positivo y quizás comentaríamos lo de aquel político de izquierdas después de hablar con Felipe, “yo, rey, no, pero a este tío lo votaba para presidente de la republica…” Cuatro. Modernizarse. Ver a señores que podrían ser sus abuelos inclinarse ante Leonor en los tiempos actuales causa vergüenza ajena. Por favor, dejen abiertas las ventanas de Zarzuela y que corra el aire . Los tratamientos, la solemnidad pomposa de los comentaristas reales, las reverencias, abren un abismo entre Leonor y los españoles donde se despeña toda la simpatía que pueda despertar esta muchacha. Eso de que ellas traten de tú a las personas, mientras nosotros tengamos que llamarlas Señora o Alteza se percibe como un humillante signo de servilismo y sumisión. Debería empezar el mismo rey, sería de agradecer que comenzara a cambiar el forzado “la reina y yo” y “la princesa de Asturias y yo” por un “Letizia y yo” y “Leonor y yo”. Muchos lo aplaudiríamos. Cinco. Relaciones. No podemos mantener a Leonor como una Cristina de Suecia eternamente virgen y solitaria. Queremos que se abra el cinturón de hierro que la rodea y conozcamos quienes son sus amigos y sus amigas . Hace poco, un veterano directivo de medios de comunicación me decía “nunca, en todos los años que llevo en la profesión, me había encontrado con tanto hermetismo y dificultades para informar sobre las actividades privadas de la familia real. Llega hasta extremos tan ridículos que no podemos dar ni siquiera los nombres del grupo de amigos de la princesa de Asturias” Seis. Referente. No queremos una princesa florero, queremos una mujer activa y útil. Que encuentre una causa por la que luchar y que, una vez implicada, la defienda hasta el fondo. Estella de Suecia es una gran amante de los animales y lucha contra el maltrato y el abandono, Ingrid de Noruega ayuda a deportistas discapacitados, ella misma es una gran deportista . Ambas princesas nórdicas han ido a escuelas públicas. Amalia de Holanda es una activa ecologista y Elisabeth de Bélgica esta volcada en la promoción del arte entre los jóvenes. La generación de Leonor, lejos de los cuentos de hadas, son referentes que utilizan su privilegiada situación para conseguir objetivos útiles para la sociedad. Siete. Ser empática. Ser generosa. Aprender a entregarse a los que nada tienen. Un pequeño gesto puede representar mucho para los desfavorecidos de la tierra. Acercarse sin miedo a los que sufren enfermedades , los huérfanos de la pandemia, los desahuciados, los niños de familias desestructuradas, los tan denostados “menas” , los que padecen hambruna o catástrofes, los refugios de animales que, si no es por esa atención, nunca van a “salir en la foto”. No hace falta irse a una ONG en África, basta con acercarse a un comedor de Cáritas. Además, ¡la generosidad es contagiosa! Ocho. Viajar. Por España. No en Mercedes blindados con una escolta de diez coches, sino buscando más operatividad. Primero chocaría, quizás, pero después la visita improvisada a un acto cultural, por ejemplo, se tomaría con naturalidad y se vería con simpatía. Es el consejo que le dio Franco a su abuelo cuando tenía su edad, “viaje, alteza, camine por las calles de los pueblos, que los españoles os conozcan”. Les tiraban tomates podridos, les insultaban “no queremos reyes idiotas”, pero Juan Carlos aguantaba porque, como confesaba a sus amigos, “me tengo que ganar el sueldo cada día que, si no, me botan”. Nueve. El reto del “por si acaso” Por si acaso Leonor no llegara a reina, que contara con los suficientes mimbres y preparación psicológica para poder llevar una vida satisfactoria en el anonimato de una persona privada. Diez. El último reto es para Letizia. No va a poder proteger siempre a su hija. No se convierta en otra Sofía. Sabemos que los tiempos son duros, espinosos y llenos de obstáculos y enemigos, pero déjela volar, recuerde lo que decía siempre el abuelo de su marido, “nunca un mar en calma hizo buenos marineros”.