Diabéticos perdidos acabaremos todos por culpa del rey Felipe, que estos días cumple 50 años. Por el azúcar derramado, digo. Pues, ahora, ¡absténganse, cortesanos! Acudo a un viejo servidor de la Casa: “Cuando cumplió ocho años pasaron una circular en la que se indicaba cómo debíamos tratarlo, de alteza, señor y con el don delante. Los hombres tenían que darle la mano e inclinar la cabeza y las mujeres, realizar una genuflexión”. Un veterano reportero: “Cuando era niño e íbamos a Marivent, no hablaba, se le notaba molesto y aburrido, se aferraba a su madre y nunca cruzaba la mirada con su padre”. Un cámara de televisión: “Fuimos a grabar un pequeño reportaje a los jardines de Zarzuela y le preguntamos qué significa ser príncipe de Asturias. Él contestó: ‘No sé’. Debía de tener 15 años”.
Una prima del rey me contó hace tiempo en Mallorca que, “Felipe y sus hermanas no son simpáticos, no tienen tema de conversación con la gente mayor, son huidizos y poco sociables. Si venían a casa, no ayudaban a poner la mesa o a hacerse la cama como niños educados”. Un empresario: “Tenía 30 años y vino a visitar mi fábrica, fue muy correcto y después me llamó el Rey: ‘¿Qué, cómo ha estado el príncipe?”. Probablemente, conoció a Letizia gracias a Kitín Muñoz, con el que la periodista mantuvo una breve relación, “y Felipe se sintió deslumbrado… ¡Y así sigue!”, me confiesa un aristócrata catalán que los conoce bien. “Su gran empeño siempre ha sido que sus hijas crezcan en un hogar armonioso, algo que él, que ha visto llorar a su madre muchas veces, nunca ha tenido”. Bueno, pues ahora sí, feliz cumpleaños, Rey.