Sara me citó el lunes, único día que no tenía función, a las once de la noche. En su casa. Un piso lujoso e impersonal cerca del parque del Turó de Barcelona que compartía con Pepe Tous, su marido. Acababan de adoptar a Thais y yo estaba emocionada con la exclusiva. Me abrió la puerta una señora mayor, gruesa, con un moñete en lo alto de la cabeza y en bata, a quien tomé por Elpidia, la hermana de Sara. Desapareció sin pronunciar palabra al llegar Pepe.
Criticados por la Iglesia
Con esa elegancia algo rebuscada que exhibía, pañuelo de seda haciendo juego con la corbata, camisa amarilla, chaqueta muy entallada, Pepe me dijo “en cuanto mi mujer se arregle, sale, ¿queréis un whisky?”. Cayeron tres y Sara seguía sin aparecer, pero daba igual porque Pepe nos iba contando cómo se habían enamorado, el chico mallorquín de buena familia, abogado y periodista, el soltero de oro propietario de diarios y teatros, y la actriz internacional. “Vino a hacer un espectáculo a mi teatro y en el aeropuerto ya hubo flechazo”. Él plantó a su novia formal, con la que iba a casarse, y ella al italiano Giancarlo Viola y “nos arrejuntamos, porque Sara seguía casada con su marido aragonés, aunque ese matrimonio solo había durado unos meses. Nos tiraban piedras por adúlteros y la iglesia nos llamaba pecadores”.
“Aquí está la adúltera”, dijo una voz profunda que nos sobresaltó (“Sarita Montiel tiene voz de sereno” decía Raquel Meller). Apoyada en el quicio de la puerta, con una larga boquilla y pose dramática, estaba Saritísima, como la bautizó Terenci Moix, y nos dimos cuenta de que aquella abuela que nos había abierto la puerta se había convertido en una sirena casi delgada embutida en un escotado vestido de lentejuelas con melena pelirroja y el rostro más bonito del mundo. Se rio de nuestra sorpresa y nos contó con naturalidad que “llevo dos fajas, una entera y otra remodeladora, el pecho no me lo he operado nunca porque me gusta que se mueva, en la cara no me pongo nada, solo agua y jabón y la crema de la tapa azul… El pelo es mío… con algún postizo”. Con la misma franqueza nos habló de la maternidad, de que todos los hijos que concebía se malograban, “padezco edema de Kron, he tenido 9 abortos, el último a los 51 años, por eso hemos adoptado. Yo estuve en Brasil y asistí al parto de Thais, ¡la primera persona a la que vio fui yo!” Se notaba que la quería entrañablemente, pero, artista al fin, nos preguntó “¿queréis hacerle fotos?” Eran las tres de la mañana e íbamos a negarnos, pero a los diez minutos la niñera trajo a Thais emperifollada y muerta de sueño y posó durante una hora.
Una vida increíble
Después la vi en su casa de Madrid. Un piso lleno de cuadros buenos, un desnudo de ella de Roca Fuster, y fotos de Pepe, que acababa de morir. El perro Ito, un enorme podenco mallorquín de 14 años, apoyaba la cabeza en su regazo. Me dio la impresión de que estaba muy sola. Me habló sobre todo de su infancia, “mis padres eran jornaleros manchegos muy pobres, de pasar hambre, pero muy buenos y muy de izquierdas. Y entendieron que me hiciera artista, aunque en esa época ser artista era igual a puta. Yo no sabía ni leer ni escribir, me enseñaron los intelectuales exiliados en México…”. Nunca sabías muy bien si lo que te contaba era verdad o se lo imaginaba, pero era tan fascinante que daba lo mismo, “en Hollywood todos me perseguían, con el santurrón de Gary Cooper hice el amor sin amarnos, James Dean estaba bien en la cama, pero no era mi tipo, lo mío con Hemingway era salvaje ternura…”.
Lo mismo pasaba con su flirt con Juan Carlos, al final me confesó “no pasó, y si pasó, no me acuerdo”. Me contó que acababa de meter interno a Zeus en el Escorial, “le falta la autoridad de un hombre” y a media tarde llegó su hija, convertida en una adolescente espigada y elegante. “Thais, di en la cocina que te preparen la merienda”, “no puedo, mamá, tengo clase de alemán”. Sara me decía con orgullo, “los dos son muy inteligentes, van a ser personas importantes, como quería Pepe, yo ahora solo vivo a través de ellos, ya he llegado al final de mi vida”.
Sus últimas horas
Pero no fue cierto, después se casó con el cubano Tony Hernández, 38 años menor que ella. Junto a él dijo la famosa frase de “¿qué invento es este?” Al año se divorció y retomó intermitentemente su relación con Giancarlo Viola. Se convirtió en una asidua de los platós televisivos, seduciendo a las nuevas generaciones con esa mezcla de divismo e ingenuidad. Le dedicamos un ‘Hormigas Blancas’ y se empeñó en venir en persona, luego yo le dije en broma “nos has hecho polvo porque contigo delante no nos hemos podido despachar a gusto”, y ella me guiñó un ojo y lanzó una carcajada, “pues ¿por qué te crees que he querido venir? ¡Que soy vieja pero no gilipollas!”. Creo que fue la última vez que pisó un plató, cuando se apagaron los focos se resistía a irse y lo miraba todo como despidiéndose. Y me hizo una confidencia estremecedora: “A veces, cuando duermo, oigo aplausos”. Hace diez años que te has muerto, Sara. Seguro que allá donde habitas ahora te estarán aplaudiendo.