Pilar Eyre

Pilar Eyre

Rocío Jurado Pedro Carrasco 02
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La cara más íntima del romance entre Rocío Jurado y Pedro Carrasco, los padres a los que Rocío Carrasco tanto quiso

Rociito, ¿a quién quieres más?, ¿a papá o a mamá?”. Y la chiquilla respondía con descaro y desenvoltura: “A papá”, y a Pedro Carrasco se le caía la baba, pero se aclaraba la voz para decir con dureza impostada: “Bah, lo hace para engatusarme”. ¡Pedro Carrasco! ¿Quién se acuerda hoy de él? Y, sin embargo, no solo era el padre de la mujer de la que más se habla estos días, Rocío Carrasco Mohedano, sino también una figura tan famosa e importante como Rocío Jurado, ¡un héroe en aquella España en que el boxeo era deporte nacional! “La vida se ha portado muy bien conmigo”, me confesó en una noche de confidencias mientras se tomaba un whisky, con su eterno cigarrillo en la mano. “Gracias a Dios viven mis padres y tengo una mujer y una hija a las que adoro, no con el corazón, sino con la cabeza, porque soy un hombre muy cerebral, a pesar de que dicen que después de mi combate con Velázquez por el campeonato de España me quedé ‘sonado’ y no he vuelto a ser el mismo”, y se tocaba la cabeza y brillaba en su muñeca un Rolex de oro de un millón de pesetas. “Esa noche no nos matamos porque Dios no quiso, estuve meses con dolores insoportables y con dificultades en el habla”. Tenía 38 años (“Quitarse años es una cursilada”) y llevaba cinco con Rocío. Entonces le pedían tantos autógrafos como a su mujer, porque había sido seis veces campeón de Europa de los pesos ligeros y ultraligeros y llegó a disputar tres veces el título mundial que esa noche de confesiones recordaba con amargura, empañadas las aguamarinas de sus ojos. “Me lo robaron en Los Ángeles, pero esa derrota y mi boda con Rocío han sido mis mejores victorias”.

Rocío Jurado Pedro Carrasco y su hija Rocío Carrasco
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Rocío había roto con su novio

Y aquí intervenía su mujer, que le cogía el cigarrillo y le daba una chupada mientras él rezongaba: “Me lo manchas de pintura, ya lo puedes tirar”. “Nos conocimos en una época muy mala mía… Tenía depresión, llevaba nueve meses sin cantar por un nódulo en la garganta”, y aquí bajaba la voz para que no la oyera Pedro: “Había roto con mi novio de toda la vida, Enrique García Vernetta, ¡doce años juntos! Lo nuestro no tenía futuro, él era un tarambana y un mujeriego, todo el día peleándonos...”. Pedro se hacía el despistado y Rocío volvía a levantar la voz: “Fui a un festival taurino donde toreaba Pedro y un grupo de fans me aplastó contra la valla. Me clavé un hierro en el pecho, me desmayé...”. Y aquí proseguía el boxeador: “Salté del ruedo, la cogí en brazos, me la llevé a la enfermería y esta boba, cuando se despertó, me preguntó: ‘¿Quieres venir mañana a tomar café a casa?”. Se los veía conmovidos por el recuerdo del día en que se conocieron, pero sin carantoñas. “Eso es de gilipollas”, afirmaba rotundo el boxeador. Y Rocío remataba: “Nos enamoramos y nos casamos, nadie daba un duro por nosotros y hasta hoy”. Claro que Enrique García Vernetta contó más tarde en televisión que, en realidad, Rocío se había casado con Pedro por despecho (porque él se negaba a pasar por el altar), que ella lo había telefoneado el día antes de la boda para decirle que si quería lo dejaba todo para volver a su lado y que después, varias veces, lo había llamado diciéndole que no podía olvidarlo.

Rocio Jurado y Enrique García Vernetta

Ni feminista ni machista

¿Era verdad? ¡Quién sabe! Yo le preguntaba al matrimonio si lo suyo era para siempre y él contestaba que sí, mientras que Rocío respondía con cautela: “Hace tiempo que dejé de creer en las cosas eternas, pero sí me gustaría que fuera para siempre”. Pedro fingía enfadarse: “Cuidado, que dices estas tonterías y luego los periodistas escriben que estamos a punto de separarnos”. Me habían contado que cada vez que surgía un rumor de separación las marcas que Pedro promocionaba le retiraban su patrocinio y hasta algún banco le negaba un crédito. “Para evitar estas calumnias, a partir de ahora viajaré con mi mujer, nos vamos a ir los dos a América”. Rocío protestaba: “Pedro, ¿y la niña? ¡Sería mejor que te quedaras en casa con ella!”. Y él se enfadaba: “Sí, claro, para que digan que vivo a tu costa y que soy un mantenido...”. Se mostraba quejoso de la prensa: “Dicen que soy un borracho y un juerguista, pero he estado tantos años acostándome a las diez y sin beber nada que ahora me desquito, pero siempre con mi mujer”. Le pregunté si se consideraba feminista: “¿Feminista? Hombre, tanto como eso no, pero lo que no soy es machista. Yo opino, y no de ahora, que está de moda, sino de siempre, que la mujer y el hombre somos el mismo perro con distinto collar, aunque, por supuesto, hay cosas que en un hombre son más perdonables que en una mujer...”. Y Rocío le daba un golpe en el hombro con el abanico: “¿Qué me estás contando, Pedro Carrasco? ¿Me has puesto los cuernos?”. La niña llegaba y trepaba por las rodillas del padre: “Mamá, ahora papá y yo nos vamos a tomar un helado...”. Antes de irse, Pedro amagaba con pegarme un puñetazo: “A ver lo que publicas”, y cuando fingía asustarme, me tranquilizaba: “No te preocupes, hermana, que yo gratis todavía no he pegado nunca...”. Ay, Pedro Carrasco, si vivieras, ay, si vivieras.

Rocío Jurado Pedro Carrasco 01
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