¡Julio Iglesias está hecho un chaval! ¿Enfermedades que lo mantienen sujeto a una cama casi sin poder moverse? ¡Quia, amigos! Nada dos horas diarias, otra horita más de tomar el sol, otra de ejercicios con máquinas de musculación y, para terminar, un masaje. Pero no realizado por una cimbreante caribeña de veinte años, sino por un fornido fisioterapeuta diplomado que ya vive en casa de Julio. ¿Que qué casa es esa? ¡Pues la de Punta Cana! ¡La de toda la vida! Ay, Dios, cuántas cosas hemos dicho de este hombre que no son ciertas… La semana que viene inicia una gira por México, canta en cuatro lugares diferentes y se está poniendo en forma a lo bestia, lo que incluye también mesoterapia facial. Es decir, inyecciones a base de ácido hialurónico y bótox para las arruguillas. ¡México! ¡El primer país extranjero al que fue a cantar!, en el año 71. Claro que, entonces, acompañado por una Isabel embarazada. Se alojaba en pensiones de mala muerte. Viajaba en autobuses desvencijados con gallinas y cabras. Y llegó a actuar en un puticlub, El Sombrero, donde lo presentaban como “el Tom Jones español”. ¡Aquellos buenos y viejos tiempos! Está feliz… Pero no del todo, porque su deseo sería cantar este verano en España, en algunos lugares muy escogidos, pero sus abogados le aconsejan que no lo haga por la demanda de paternidad que pende sobre su cabeza. ¡Ay, Makoke, cómo lo estamos echando de menos!