Cada vez que se apaga una vela, alguien la enciende de nuevo o coloca otra a su lado. Los vecinos de la calle de la Estació del pequeño municipio barcelonés de Sallent ya no pueden transitar por el tramo que hay frente al número 4, que una semana después continúa repleto de flores, cartas, carteles y juguetes que homenajean a Leila y Alana, que había decidido iniciar el tránsito para ser identificada como Iván. Las gemelas tenían 12 años y el martes de la semana pasada, a las cuatro de la tarde, decidieron arrojarse al abismo con la idea de terminar con una vida que apenas habían empezado a vivir.
Una situación complicada
Las amigas de las hermanas han encontrado en ese pequeño altar improvisado un punto de encuentro al que regresan casi por necesidad para recordarlas, llorarlas y reivindicarlas y tratar así de poner su granito de arena para que la dramática secuencia no se repita. El caso de Leila y Alana, de Leila e Iván, es la historia de un fracaso colectivo. Nadie lo hizo bien y lo peor es que, una semana después, nadie ha levantado la mano para pedir perdón y admitir que no hicieron lo suficiente para que la niña, que se identificaba como niño, se sintiera lo suficientemente arropada y no creer que la única vía de solución a los problemas que la angustiaban era bajarse en marcha del tren de la vida.
Sus padres, Maia y Lucas, llegaron a Barcelona poco antes de la pandemia. Salieron prácticamente con lo puesto de Mar del Plata, en Argentina, dejando atrás un país prácticamente en banca rota, con unos índices de criminalidad que el matrimonio no quería para sus hijos. Primero aterrizó Lucas en Reus, y al poco el resto de la familia, la madre, las gemelas y el pequeño Amadeo, que ahora tiene diez años. Recalaron en Sallent porque Kevin, un primo lejano, se había casado con Cristina y les ofrecieron instalarse en casa de la suegra de la mujer. La pandemia fue económicamente complicada para muchos y más para la familia recién llegada. Desde hacía un tiempo vivían de ‘okupas’ en el tercer piso del número 4 de la calle de la Estació. Maia trabajaba en la cafetería Zero de la plaza Sant Antoni Maria Claret y Lucas tuvo empleos precarios en una pollería y en una ferretería, pero llevaba un tiempo sin trabajo. La situación económica había provocado situaciones complicadas, con idas y venidas de la pareja, que con certeza también contribuyeron a la angustia de las hermanas.
Acoso y racismo
El martes de la semana pasada el día arrancó con normalidad y no ha trascendido, hasta ahora, ningún elemento en esa jornada que hiciera sospechar en el fatal desenlace. Las dos hermanas compartían aula de primero en el instituto Llobregat de Sallent. Arrancaron el curso separadas, pero a Alana la juntaron con su hermana tras protagonizar varios incidentes con otros alumnos. Incidentes que ahora se ha sabido que no eran más que la actitud de la niña de defenderse del acoso al que estaba siendo sometida desde el primer momento. Un bullying que empezó ya en el colegio, en los dos años que cursaron primaria, y en donde a las hermanas se las humillaba por su acento, por ser de fuera, las recién llegadas, y por no formar parte de la élite de las conocidas como las populares.
“Se defendía, no se callaba, pero al final siempre acababa saliendo mal parada y era la castigada”. Lo cuenta su mejor amiga, Aitana, que habla con Lecturas tras la autorización de su madre. La adolescente va dos cursos por delante de las gemelas, y se había convertido en la confidente de Alana, que no hacía mucho le confió su deseo de iniciar el camino para ser identificada como Iván. Aitana forma parte del grupo de estudiantes que esta semana ha participado en las protestas convocadas a la hora del patio para exigir a la dirección del centro que nunca más una alumna no cuente con el apoyo preciso del centro y no vea más salida que la de arrojarse de un tercer piso al vacío.
Agarradas de la mano
Esa fue la única solución que atisbó Alana. Estuvo toda la mañana en su aula y asistió a todas las clases con Leila con normalidad. Salieron del instituto y, junto a Aitana, las tres caminaron a sus casas. La primera parada era en el edificio de las gemelas, en cuya puerta se despidieron como siempre, con un sentido abrazo y besos. Unos gestos de complicidad y de cariño que inmortalizó la cámara de seguridad del restaurante que hay justo delante. Eran casi las tres de la tarde. Las dos hermanas subieron al tercer piso. Estuvieron aproximadamente una hora. Es probable que comieran. El padre estaba en casa. Poco antes de las cuatro, acercaron dos sillas a la barandilla del balcón y dejaron visibles sendas cartas escritas a mano. Se encaramaron y saltaron agarradas de la mano. Alana, que había decidido ser Iván, murió en el acto. Leila, que en su carta aseguró que no deseaba morir pero que no podía dejar sola a su hermana y que por eso había decidido acompañarla, sobrevivió al golpe. Desde entonces permanece en la UCI del hospital Parc Taulí de Sabadell. Su estado es grave pero no se teme por su vida. Fracturas en las extremidades, la mandíbula, lesiones en el hígado… un parte médico complejo que con certeza sanará. Lo difícil vendrá después, gestionar emocionalmente la ausencia de su hermana. De su lado solo se separaron sus padres el fin de semana.
El sábado se realizó el velatorio en el tanatorio de Sallent y el domingo una misa de despedida en la que intervinieron sus padres y la abuela materna, Judit, que como el abuelo paterno, Gustavo, lograron reunir dinero, acelerar visados, y viajar desde Argentina para acompañarles. Fue una ceremonia en la que los padres reconocieron a Alana su deseo de ser identificada como Iván. Y así lo dejaron por escrito en la tarjeta de recordatorio que se repartió. “Cuando esté lloviendo, busca un arcoíris. Cuando esté oscuro, mira las estrellas”. Iván y entre comillas, “Alana”, encabezaba la cartulina. Una manera hermosa de decir a su hija que habrían estado a su lado en el tránsito a su nueva identidad. Una decisión que la niña había confiado hacía muy pocos días a su mejor amiga, a su hermana y a cuatro personas más de confianza.
Investigación en curso
El día antes de la tragedia, Alana tenía cita con una psicóloga de la Fundación Althaia. Pero ese lunes perdió el autobús de las siete y media de la mañana que la debía acercar a Manresa. Telefoneó a la clínica para disculparse y la enfermera le asignó una nueva cita para el lunes siguiente. Produce escalofríos pensar qué hubiera pasado si la niña no hubiera perdido ese autobús. Si algo hubiera cambiado. Si en ese primer encuentro con una especialista hubiera encontrado ya un asidero al que agarrarse para no caer. No hay respuesta. Pero sí la certeza de que el seguimiento que ya recibía la menor por parte de un profesional es el que determinó que la pequeña necesitaba una ayuda más especializada. Alana le llegó a explicar a su amiga Aitana que quería preguntarle a la psicóloga la mejor manera de contar a sus padres que había dejado de sentirse niña. Las cosas no estaban siendo fáciles para ella. Hacía tres meses que había decidido cortarse el pelo muy, muy corto. Y mantener un estilo muy masculino que potenciaba. Un aspecto que engrosaba el repertorio de burlas de las que era objeto en el instituto. Al “sudaca” se unieron “marimacho” y en los últimos días “Ivana” después de que algunos de sus acosadores conocieran su voluntad de ser identificado como Iván.
Aitana no recuerda ningún episodio determinante en los últimos días que hubiera provocado un detonante. De hecho, la joven explica cómo el fin de semana anterior, la niña, a la que empezaba a llamar Iván, aunque le costaba, fue a su casa a buscar ropa: “Le gustaba mi estilo y se vino una tarde a probar cosas que le presté”. Pero algo debió pasar que la rompió literalmente por dentro, sin ser capaz de encontrar ese remedio para seguir adelante. Los especialistas aseguran que así como en los adultos el suicidio acostumbra a ser un acto premeditado en el tiempo, en los niños se produce en muchas ocasiones de manera prácticamente espontánea e inmediata, sin pensar mucho en las consecuencias, y con ese halo de ingenuidad que minimiza las consecuencias. De niños nos sentimos inmortales. Y es posible que por un instante ellas lo creyeran también. Los Mossos d’Esquadra en su atestado, que presentaron el viernes a la jueza de Manresa que dirige la investigación, sostienen que Alana, que Iván, sufría bullying en el instituto, entre otros factores que enumeran. La Conselleria de Educació ya ha abierto una investigación para determinar por qué el Instituto Público Llobregat no activó ninguno de los protocolos que hay y que hubieran ayudado a proteger a Leila, a Alana, a Iván.