Rara es la semana que el móvil de algún vecino no grabe una pelea con heridos de arma blanca en una calle de un municipio catalán. Imágenes que se difunden en los medios de comunicación que dan cuenta de hasta qué punto se arraiga en nuestros barrios la cultura de la navaja. Estos días, el protagonista involuntario de una agresión que casi le cuesta la vida fue el padre del jugador Lamine Yamal, Mounir Nasraoui, de 35 años. Por suerte, las tres puñaladas que recibió a traición se quedaron a pocos milímetros de órganos vitales, y pese a que perdió mucha sangre, la rápida actuación de los Mossos d’Esquadra, de la Policía Local de Mataró, de los sanitarios del Servei d’Emergències Mèdiques (SEM) y del personal de urgencias del hospital de Can Ruti de Badalona lograron salvarle la vida.
Este fin de semana, el padre de Yamal volvió a agradecer las muestras de solidaridad con un mensaje en Instagram. Daba las gracias a los amigos que ahuyentaron a los agresores cuando todavía le golpeaban y telefonearon al 112, a los servicios de emergencias y policiales por la rapidez con la que aparecieron y sobre todo al mosso que durante varios minutos taponó con sus manos una de las heridas por la que perdió mucha sangre. El presunto autor del apuñalamiento se encuentra en prisión provisional sin fianza, mientras que tres de los hombres que le acompañaron quedaron en libertad, pero con medidas cautelares, dictadas por el juez instructor tres de Mataró, de guardia el día que los cuatro detenidos pasaron a disposición judicial. Los acusados, todos miembros de una misma familia del barrio de Rocafonda, tendieron una trampa a Mounir Nasraoui. Tras un primer incidente protagonizado ese mismo miércoles a las tres de la tarde, se citaron con el padre del futbolista en un parque junto a un parquin para “hacer las paces”, le dijeron. Pero se presentaron armados y sin mediar palabra le rodearon, golpearon, patearon y apuñalaron. “Suerte que apareció un amigo de mi padre, si no, lo matan”, relató el jugador a un directivo del Barcelona, tras visitarle el viernes cuan- do todavía permanecía hospitalizado.
Un incidente inesperado
El paciente no necesitó intervención quirúrgica, pero sufrió un neumotórax y pasó la primera noche en la unidad de cuidados intensivos. Consciente en todo momento, el hombre pudo prestar declaración a los investigadores que se desplazaron hasta Can Ruti el viernes. Y relató a los Mossos lo mismo que explicó a sus familiares y amigos. Un relato de los hechos que confirma que entre la víctima y sus agresores no había ningún conflicto previo más allá del incidente de las tres de la tarde en la calle Frank Marshall, también en Rocafonda.
El padre de Lamine paseaba por esa calle cuando un niño que jugaba con un barreño de agua en un balcón tiró agua que le salpicó. El pequeño ni sabía quién era Mounir Nasraoui. El hombre se enfureció y tuvo una respuesta tan desproporcionada que el padre, un hermano de este y el abuelo salieron a la calle a enfrentarse. Iban sin camisa y descalzos. En ese momento se produjo un altercado en el que, según los testigos, el padre de Lamine acabó por los suelos y ayudado por un amigo. Varios vecinos alertaron al 112 y aparecieron inmediatamente dos patrullas de la policía local de Mataró. Los agentes separaron a Nasraoui de los tres hombres con los que se había enfrentado. En ese momento, el padre del futbolista les trasladó su intención de denunciar a la familia. De hecho, en uno de los muchos vídeos que grabaron y difundieron los vecinos, se escucha a Nasraoui decirlo a una de las agentes. El conflicto te minó en ese punto. No hubo nada más o por lo menos no consta oficialmente que pasara nada. Los familiares regr saron a su casa y el padre del futbolista, a la vivienda de su madre en el barrio, con la que había comido.
¿Qué pasó entre las tres de la tarde y las nueve de la noche? Pues, por lo que ha trascendido, una reacción absolutamente incomprensible por parte de los agresores. Esos tres hombres, más el cuarto que se unió a la agresión posterior, sabían perfectamente que aquel individuo al que se habían enfrentado era el padre de Lamine Yamal porque todo Rocafonda lo sabe, y ya se encarga él de gritarlo a los cuatro vientos siempre que tiene ocasión. Le buscaron y le citaron para “hacer las paces” y “zanjar el problema” en un parque junto a un parquin al aire libre. Y el hombre acudió confiado. Un espacio en el que hay un viejo proyecto de colocar unas cámaras de videovigilancia que no llegan.
Los vecinos, sorprendidos
Los agresores, siempre según la versión del padre del jugador, salieron de un coche, le rodearon sin mediar palabra. Le golpearon, patearon y apuñalaron, hasta que apareció el amigo y salieron huyendo. Tampoco fueron muy lejos. Dos horas después, en colaboración con la policía municipal, fueron detenidos los tres primeros, y un cuarto al día siguiente. Los cuatro son miembros de una misma familia y no tienen antecedentes, ni judiciales, ni policiales. De hecho, nunca habían protagonizado ningún tipo de incidente y sus vecinos, todavía hoy, se hacen cruces de que tendieran esa trampa, en frío, casi cinco horas después del primer incidente con el agua que cayó del barreño del balcón. Rocafonda es el barrio de Mataró que ha visto crecer a Lamine. Orígenes humildes con familias trabajadoras que, en muchos casos, se instalaron en la ciudad en busca de una mejor vida para sus familias. La abuela de Lamine sigue viviendo en Rocafonda y al barrio acude el jugador cada vez que puede para no perder de vista de dónde viene y que le cocine pollo rebozado y huevos revueltos para desayunar.
Su historia es la de muchas otras familias. La suya llegó de Larache, en Marruecos. Abdul, el mayor de los cinco hermanos, llegó a Barcelona con 20 gracias al esfuerzo de Fátima, su madre y abuela de Lamine, matriarca y columna vertebral de esa casa. “Llegó a España con 40 años. Vino sola. Trabajó mucho. Y, cuando pudo, fue trayendo año a año a cada uno de sus hijos. Yo fui el primero. Después fue Mounir, con nueve años”, relató Abdul recientemente en una entrevista con Anaïs Martí en La Vanguardia. Fátima, que tiene 73 años, ha visto jugar a su nieto en el Estadi Olímpic de Montjuïc y en el Camp Nou.
La historia de Fátima es también un relato de superación. Con 40 años tomó un ferry desde Tánger. Entró en España con pasaporte. Había ahorrado para pagarse un autobús que la llevó hasta Catalunya. Era el año 1990 y no se necesitaba ningún visado especial. Empezó trabajando en un camping de Llavaneres. Allí estuvo dos años. Después estuvo en una residencia de mayores de Vilassar de Mar. Y se estableció en Rocafonda. No hace mucho, Yamal le compró una casa con patio a la abuela, pero sin salir de Rocafonda porque la matriarca de los Nasraoui, abuela de 24 nietos, es feliz en el barrio en el que vive desde hace 30 años. Al barrio dedicó el nieto de Fátima su gol de la Eurocopa con la selección española, dibujando con los dedos la cifra 304, los tres últimos dígitos del código postal.