“No guardo rencor, pero necesito que el Gobierno me pida perdón”

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

El día que alguien se atreva con una buena serie de inocentes encarcelados, Dolores Vázquez Mosquera protagonizará el primer capítulo. El suyo fue un error de todo el sistema y de toda una sociedad tan tremendo que, 25 años después, todavía retumba y duele. La mujer pasó 519 días en la cárcel acusada del asesinato de Rocío Wanninkhof en 1999. Fue detenida, juzgada y condenada en 2001 por un jurado popular sin más pruebas que algunas conjeturas, unas cuantas contradicciones y la ayuda determinante de un clamor general machista y homófobo que la maltrató públicamente por su condición de mujer y lesbiana.

Recuperó su vida

El Estado ni se disculpó ni la indemnizó y años después el Tribunal Supremo rechazó por un defecto de forma su demanda de 4 millones de euros y no recibió nada. Absolutamente nada más que silencio. Veinte años después, Dolores Vázquez participó en un documental de HBO, donde contó su verdad. Tras ese paso por las pantallas, la mujer volvió a esquivar platós, rechazó ofertas económicas suculentas, no quiso hacer entrevistas y regresó al anonimato en el que ya se había refugiado tras ser exonerada. Recuperó su vida discreta y muy modesta en su pueblo natal, Betanzos, en A Coruña, donde la mujer no es Dolores Vázquez, el personaje, sino Loli.

Una vecina más

En esa localidad que atraviesa el Camino Inglés en la ruta de los peregrinos hasta Santiago de Compostela, Loli es una vecina más entre los 13.000 habitantes de su pueblo. Allí se siente tranquila y se atreve a salir de casa sin la coraza que en las últimas décadas le ha protegido de las malas miradas, de los susurros y de los que todavía desconfían insistiendo en que alguna responsabilidad debió tener en aquel asesinato.

Una vida tranquila

La mujer tiene hoy 73 años y la desconfianza enraizada en el alma. No es para menos. Vive en un pequeño apartamento del casco urbano que compró tras vender su casa de Málaga y se mantiene con una paga exigua de 400 euros que le permite vivir sin lujos, pero con la tranquilidad necesaria. Sigue reacia a los medios que tanto la maltrataron. Suspicaz y recelosa, trata de pasar desapercibida, aunque su rostro es todavía reconocible por mucho que decore su pelo con mechas de todos los colores.

Una mujer de costumbres

Loli se ha convertido en una mujer de costumbres. Suele ir todos los fines de semana a tomar café con unos amigos al mismo establecimiento de Betanzos, donde la tratan, la respetan y la protegen de los que indagan chafardeando sobre su nueva vida. Ella no molesta ni sus vecinos permiten que la incordien. Bastante tuvo con lo que tuvo que pasar y sufrir en su momento. Y aún le duele que cada vez que reaparece el caso de Rocío Wanninkhof, inevitablemente se recuerda su injusta condena y su señalamiento.

El pasado domingo 23 de marzo el consistorio de Betanzos quiso brindarle un poquito del perdón al que ansía con un reconocimiento público, con la entrega del XVII galardón Úrsula Meléndez de Texeda, que recibió de manos de la alcaldesa, la socialista María Barral. La iniciativa fue del grupo de gobierno municipal y contó con el apoyo por unanimidad del resto de formaciones, desde el Partido Popular, al Bloque Nacionalista Galego, pasando por los concejales independientes.

Un perdón que no llega

“En mi corazón, necesito que el Gobierno me pida perdón. Este es mi pueblo y no es lo mismo, es mi gente, la que lleva siete años conviviendo conmigo y me conoce. Lo de hoy es especial y sé que no voy a tener otra oportunidad así, pero no es suficiente”, reivindicó visiblemente emocionada y entre aplausos sinceros de un público en pie. Cada año la localidad homenajea a una de sus vecinas, coincidiendo con la celebración del 8 de marzo. “No guardo rencor a nadie, a nadie, porque el sentirse mal, el no querer, el no ser coherente con uno mismo, lo único que se consigue así es amargarse por dentro. Y eso jamás. Siempre iré hacia adelante y lo que me den, bien recibido estará”, añadió.

Juicio mediático

La alcaldesa María Barral, en una sala a rebosar de vecinos pidió perdón a Dolores Vázquez por ser víctima de una sociedad “terriblemente injusta” y “por cada mirada injusta, por cada duda, por cada condena personal y global, por cada codazo y por cada gesto de abandono”. La regidora admitió que los poderes del Estado “no estuvieron a su lado y siguen sin estar a la altura”. Y lamentó no haber premiado antes a su vecina. “Es un día especial porque estamos aquí para hacer algo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo: reconocer, honrar y, sobre todo, pedir perdón a una mujer que sufrió una de las mayores injusticias de nuestra historia reciente. Fuiste víctima de una sociedad que en lugar de protegerte te señaló, de un sistema que en lugar de ampararte te condenó sin pruebas, sin razones y sin humanidad”.

Dolores Vázquez sufrió un proceso judicial injusto, con 17 meses de prisión hasta que se demostró su inocencia, y otro juicio mediático paralelo que le destrozaron la vida.
Sobre Dolores Vázquez pesaron una cascada de errores policiales, judiciales, los prejuicios sociales que cuestionaban su aparente frialdad, su condición sexual y la presión mediática de un caso con epicentro en La Cala de Mijas (Málaga) que tuvo en vilo a toda España entre el 1999 y el año 2000. “Asesina sin escrúpulos” o “Lesbiana perversa obsesionada con su expareja” fueron algunos de los titulares de aquellos años. Se la encasilló como la perfecta villana en una crucifixión mediática en la que participó activamente la madre de Rocío y expareja de Dolores que hoy en día sigue desconfiando de ella.

Mismo modus operandi

Cuatro años después, en 2003, otra joven de Málaga, Sonia Carabantes, desapareció de madrugada cuando regresaba a su casa apurando el paso tras una noche de feria. Su asesinato se cometió con el mismo modus operandi que el de Rocío Wanninkhof. La policía encontró manchas de sangre y un zapato extraviado en el camino. Y nuevamente, el cuerpo estaba desnudo, abusado sexualmente, golpeado con extrema violencia y arrojado en un descampado. Y al lado, una colilla de Royal Crown que sirvió para identificar, detener al culpable y dar un giro de guion de 180 grados en la vida de Dolores Vázquez.

El asesino real

El criminal resultó ser Tony Alexander King, conocido como el estrangulador de Holloway, un psicópata ya condenado por agredir a varias mujeres en los ochenta y asesino en serie que pululaba libremente por la Costa del Sol. Su afición a la marca de tabaco Royal Crown lo delató y el ADN lo condenó. Fue detenido y confesó. Su huella biológica era irrefutable y su autoría en el asesinato de Rocío Wanninkhof incontestable.

A pesar de todo, Dolores Vázquez ya había pasado 17 meses de su vida en prisión y su rostro estaba grabado en la retina de todo un país como la más mala de todas las villanas. Pasó de directora de hotel en la costa malagueña a sobrevivir con una prestación social de 415,22 euros. En 2007 se refugió en Reino Unido, cerca de Londres, donde había crecido como hija de inmigrantes, buscando el anonimato junto a su hermana Elvira.

“Yo soy loli”

Dolores Vázquez tenía 40 años cuando fue encarcelada. No pudo retomar su carrera profesional y se frustró su deseo de ser madre. “Ya no tuve una vida normal”, admitió. “Siempre he pedido un perdón por parte de la Guardia Civil, del Ministerio del Interior, del fiscal. Que admitan que se han equivocado. ¿Qué les cuesta decírmelo, escribirlo?”, se lamentaba impotente y con dolor al inicio del último capítulo del documental. “No me reconozco cuando dicen Dolores Vázquez. Es el nombre que me dieron como asesina de Rocío. Esa no soy yo. Yo soy Loli”. 

Una Loli querida, respetada, protegida y por fin homenajeada y reconocida en su pueblo Betanzos.