José Bretón Gómez, condenado a 40 años de cárcel por asesinar a sus dos hijos, Ruth y José, cuando tenían seis y dos años, en octubre de 2011 en Córdoba, ha confesado públicamente ser el autor de los crímenes. La revelación forma parte del libro ‘El odio’, de la editorial Anagrama, del escritor Luisgé Martín. Un trabajo literario en el que se explica que el asesino de los dos menores ya reconoció la autoría de los crímenes en el 2017, en el contexto de la terapia de justicia reparativa, ante los profesionales penitenciarios de la cárcel de Herrera de La Mancha, en Ciudad Real, donde cumple condena. De ahí que no trascendiera por tratarse de datos reservados y que sea ahora, a través del trabajo del escritor madrileño, que la confesión trasciende de los muros de la prisión.
Palabras escalofriantes
Una revelación que Bretón realiza al escritor durante uno de los encuentros que mantuvieron en prisión, tras una fructífera y abundante relación epistolar entre ambos. Las palabras del asesino siguen, catorce años después, provocando el mismo horror y escalofríos. “Tenían que morir sin sufrimiento y que los cuerpos no se pudieran encontrar”, cuenta Bretón. “Sin cadáveres no hay crimen, eso está en cualquier novela policiaca. Tenía los medicamentos y tenía la leña en la finca, solo tuve que comprar el gasóleo”, confiesa. “Disolví las pastillas machacadas en agua con azúcar y se la di para que bebieran. Antes de poner los cuerpos en el fuego comprobé que no respiraban, estaban ya muertos. No se enteraron de lo que iba a pasar. Confiaron en mí. No hubo miedo ni dolor ni ningún tipo de sufrimiento”, asegura al escritor.
El dolor de Ruth Ortiz
El paso de los años no resta ni un ápice de angustia al doble crimen que José Bretón protagonizó con la única intención de hacer daño a la madre de los niños. En aquellos años el término de violencia vicaria apenas se utilizaba, además se desconocía lo que implicaba. Pero los asesinatos de los pequeños José y Ruth no tuvieron más móvil que el deseo del progenitor de provocar el máximo sufrimiento a la madre de los niños, matándolos e intentando hacer desaparecer sus cuerpos en una hoguera. Aun así, José Bretón trata incluso ahora de reconocer esa intencionalidad, dando absurdas excusas a los crímenes, como decir que asesinó a sus hijos porque no podía soportar que se criaran lejos de él, y con la única presencia de la familia de la madre. Mentira.
60 cartas y un vis a vis
Los asesinatos conmocionaron a la sociedad española y la madre de los menores, Ruth Ortiz, aún logró reunir fuerzas desde el dolor más profundo para liderar una lucha para que se la reconociera como víctima de la violencia de género vicaria. Ella abrió el doloroso camino de todas aquellas mujeres a las que sus exparejas o exmaridos intentan matar en vida, haciendo daño a lo que más quieren: a sus hijos.
El autor cruzó con el asesino más de 60 cartas e infinidad de llamadas telefónicas, previamente autorizadas por instituciones penitenciarias. El libro termina con un encuentro presencial, la visita que el escritor realizó a prisión a finales de 2023. En ese ‘vis a vis’ en la cárcel, José Bretón explica que aceptó colaborar con el escritor porque necesitaba confesar públicamente su arrepentimiento. “El hombre que mató a Ruth y José quiere pedir perdón por el daño que hizo”, se lee en el libro.
No reconoció su autoría
José Bretón fue condenado en julio de 2013 por la Audiencia Provincial como autor de dos delitos de asesinato a las penas de 20 años de cárcel por cada niño, 40 años en total de los que cumplirá 25. Está previsto que salga de la cárcel en 2036. De aspecto enjuto, pequeño de estatura y con unos ojos saltones de mirada desconcertante, Bretón nunca admitió la autoría de los crímenes, pese la identificación de los pocos restos de los pequeños que se rescataron de las cenizas de la hoguera que encendió en la finca de sus padres en Granada.
Los motivos de Bretón
En las últimas semanas, el escritor ha mostrado su sorpresa por el “entusiasmo” con el que el asesino acogió la propuesta de participar en el libro. Él mismo ha tratado de entender esa predisposición y generosidad del criminal en colaborar en el trabajo. Por pura vanidad, sin obviar el carácter “narcisista” que los psiquiatras forenses determinaron durante el juicio, por tratar de conseguir, inútilmente, algún tipo de beneficio penitenciario o simplemente porque Bretón está completamente solo en el mundo. Sus padres murieron hace años. No mantiene contacto con el resto de su familia, sus hermanos han dejado de visitarlo, no conserva amigos y no ha podido establecer nuevas relaciones de confianza en la cárcel.
Confusión con los restos
Lo poco que se ha mostrado del libro antes de su publicación, mantiene la tesis de un Bretón absolutamente despreciable. Al autor le ha confesado con cierto orgullo mal disimulado que a punto estuvo de que no le descubrieran, con lo que así advierte de que aún en su ánimo prosperó el anhelo de haber rematado el crimen perfecto. Cualquiera de los policías nacionales que trabajaron en aquella investigación recuerdan con repugnancia y un dolor indescriptible las jornadas interminables con Bretón en la finca de Las Quemadillas, buscando sin sosiego a los pequeños. El padre mantuvo durante días la farsa de la desaparición y aún tuvo la desvergüenza alguna de aquellas noches, de aparecer en el porche de la casa, con un radiocasete antiguo para cantar, mientras los agentes derruían paredes, levantaban y levantaban baldosas de la casa buscando el zulo en el que debían estar escondidos aquellos dos pequeños.
Lo que vino después forma parte de la historia más negra y cruel de España. Una policía científica mantuvo que los restos óseos localizados en la hoguera humeante de la finca de las Quemadillas pertenecían a animales. Y no fue hasta la irrupción en la investigación por casualidad del forense Francisco Etxeberria que se relacionaron aquellos huesos con los dos pequeños. Un forense que se sumó al caso porque su buen amigo Luis Avial, técnico de un georradar que había barrido la finca entera en busca de los pequeños buscó al prestigioso forense para plantearle sus dudas.
Justicia reparativa
El día que José Bretón declaró en el juicio, lo hizo durante cuatro horas en las que negó rotundamente haber matado a sus hijos, a los que aseguró quería con locura. “Daría mi vida por ellos”, dijo imperturbable. Ni el libro, ni este artículo pretenden dar voz a un asesino. Ninguno de los días de estos últimos catorce años ha debido ser fácil para Ruth Ortiz. Conocer la mente del peor de los asesinos, desenmascarar sus egos, sus vanidades y su maldad, sin contrapartidas, es, aunque duela, parte de la justicia reparativa. José Breton se arrepiente, pero no le hemos escuchado que se lamente ni pedir perdón a la que quiso matar en vida.