Durante 25 años habría abusado sexualmente de sus pacientes cuyo promedio de edad era de 11 años. Algunos eran bebés de pocos meses y entre ellos se encuentra una de sus nietas. “Me esfuerzo por reconocer que eran hechos de agresión sexual, pero a mis ojos no lo eran”, ha declarado
Francia asiste horrorizada a un nuevo macrojuicio por violencia sexual sin precedentes, a solo dos meses de la condena contra Dominique Pelicot, sentenciado en diciembre por violar y drogar a su mujer para que otro medio centenar de hombres la violaran mientras dormía. Esta vez, las atrocidades están protagonizadas por Joël Le Scouarnec, un prestigioso cirujano a un paso de la jubilación y padre de tres hijos. El hombre está acusado de haber abusado sexualmente durante 25 años de cerca de 300 niños y adolescentes –casi todos menores– amparado por su trabajo de médico. El proceso se celebra en Le Scouarnec en Vannes (Bretaña).
En la primera jornada del juicio, Le Scouarnec tomó la palabra. “Si comparezco ante ustedes es porque cometí actos atroces mientras la mayoría aún eran solo niños. Si entiendo y comparto el sufrimiento que cada una de estas personas ha podido experimentar, la gran violencia de mis escritos, me esfuerzo en todos los interrogatorios por reconocer lo que fueron hechos de violación y agresión sexual. Quisiera precisar que, a mis ojos, no lo eran. Soy plenamente consciente de que estas heridas son imborrables e irreparables, no puedo volver atrás. Le debo a todas estas personas y a sus seres queridos asumir la responsabilidad de mis actos a lo largo de toda su vida”.
Niños y niñas por igual
El acusado llega a este proceso ya condenado y detenido por otros cuatro casos anteriores, que ya fueron juzgados en el 2020. Ahora, Le Scouarnec se enfrenta a 20 años de prisión, la pena máxima para el delito de violación en Francia. El promedio de edad de sus víctimas era de 11 años, aseguró el fiscal Stéphane Kellenberger, aunque algunos eran bebés de pocos meses. El depredador no hacía diferencias de género, prácticamente la mitad, 158 eran hombres y 141 mujeres.
Entre las víctimas hay una de sus nietas, como admitió el acusado en una de las sesiones del juicio, en presencia de los padres de la pequeña que estaban presentes en la sala y tuvieron que ser asistidos por psicólogos. El parentesco no evitó que como siempre hacía anotara en su libreta la veintena de veces que abusó de la menor, la primera de ellas cuando su nieta era un bebé de apenas mes y medio.
El acusado era un hombre meticuloso. No ahorraba en detalles cuando anotaba en unas pequeñas libretas negras el horror al que sometió a centenares de niños y de niñas. La policía las encontró en su domicilio el día que entró a registrarlo alertados por la denuncia de la hija pequeña de siete años de unos vecinos, que le acusó de exhibicionismo y de haberla penetrado con los dedos desde la verja de la casa contigua. Los investigadores supieron en ese instante que se enfrentaban a uno de los mayores casos de abusos sexuales de la historia de Francia.
Los gendarmes descubrieron decenas de muñecas que el hombre coleccionaba. En algunas el cirujano había atado consoladores y artilugios sexuales. La casa estaba llena de imágenes de pornografía infantil. Bajo el colchón de la cama, escondía discos duros que contenían más de 300.000 archivos, algunos con imágenes de violencia extrema protagonizada por menores. También se hallaron archivos informáticos con documentos donde el cirujano había catalogado, día tras día, los nombres de cientos de pacientes a quienes había sometido a abusos sexuales, incluyendo tocamientos y penetraciones vaginales y anales con los dedos.
Diarios pedófilos
El acusado registraba de manera cuidadosa el nombre de las víctimas, su edad, su domicilio, el hospital donde trabajaba en ese momento, la fecha y la descripción de los hechos cometidos. Como si se tratara de la ficha de un paciente, pero en realidad era el registro del menor del que abusaba. Pero no se conformaba solo con eso. El médico narraba con detalle lo que sentía al cometer esas atrocidades, dirigiéndose directamente a sus víctimas, como si quisiera compartir con ellas sus emociones. Cuando escribía sobre sus crímenes, parecía revivirlos con placer, expresando sus fantasías.
Se refería a sus víctimas con “Mi querida...” o “Mi pequeño...”, y en algunas ocasiones concluía su relato con un “te amo”. En una de las anotaciones, el hombre se declaró pedófilo y mostró su orgullo por serlo. En el registro también se encontraron archivos con el nombre vulvettes (vulvitas) y quequettes (colitas), fotomontajes con imágenes de niños, así como otros elementos que demuestran su participación en actividades sadomasoquistas, escatológicas e incluso zoofílicas con sus mascotas. Los investigadores hallaron unos diarios en los que escribió relatos de contenido pedófilo, con títulos como “Mis cartas pedófilas”.
Un estudiante brillante
Le Scouarnec nació en 1950 en París y creció en una familia humilde. Su padre fue ebanista y después trabajó en el sector bancario, mientras que su madre fue portera de una finca. El entorno familiar en el que creció era relativamente normal. Desde los 10 años se interesó por la medicina. Fue un estudiante brillante, aunque solitario. Se graduó en 1981, especializándose luego en cirugía visceral y ginecológica. Durante sus estudios, conoció a su esposa, quien era auxiliar de enfermería. Al principio, la pareja vivió en una casa en Perrusson, en Indre-et-Loire.Llevaban una vida acomodada con sus tres hijos.
Aunque parecía que nadie tenía la impresión de que pudiese llevar una doble vida, lo cierto es que tanto su exmujer como otros miembros de la familia eran conocedores, pero optaron por guardar silencio. Una de las sobrinas del médico relató en 2021 que su tío era un “monstruo” y que su esposa era plenamente consciente de las atrocidades que cometía. En la cuarta jornada del juicio, Annie Le Scouarnec, hermana del acusado, como ya había hecho la víspera otro de sus hermanos, aseguró que la exesposa del acusado, Marie France, sabía desde al menos el año 2000 que su marido era un agresor sexual de menores. Lo supo porque su propia hija, sobrina del cirujano, fue abusada por él y lo había compartido con ella. “Lo hablamos varias veces, y siempre tenía las lágrimas en los ojos”, explicó.
El silenciamiento y la ocultación, declaró la hermana, se explican por la época en la que se produjeron los hechos. “En nuestra familia no hablábamos de ello; como todas las víctimas, sentimos vergüenza. Está bien que la vergüenza cambie de bando, pero en aquella época no era así”, aseguró ante el tribunal. Los primeros delitos de abuso infantil con sus pacientes se remontan a 1985 y se hicieron cada vez más frecuentes hasta volverse habituales. Primero realizaba tocamientos sexuales bajo la apariencia de procedimientos médicos que podían parecer legítimos a los pacientes, sus familias o incluso al personal médico. Los cometía mientras sus víctimas estaban anestesiadas o no tenían plena conciencia de la realidad.
A solas con los pacientes
Sus víctimas solían ser niños ingresados para operaciones de apendicitis, a veces de urgencia. Rara vez cometía sus crímenes en la sala de operaciones, prefería encontrarse a solas con los pacientes en sus habitaciones. Muchas veces, los niños estaban dormidos o aturdidos, pero en ocasiones estaban despiertos. Varias víctimas han declarado que no se dieron cuenta de lo que ocurría, creyendo que los tocamientos formaban parte del procedimiento médico. Los gendarmes llegaron a identificar a 314 víctimas de los abusos de Le Scouarnec, que ante la magistrada instructora reconoció su implicación en buena parte de los hechos que él mismo había detallado por escrito en sus libretas. Sus abogados pidieron que se archivaran los procedimientos por 85 de esas víctimas alegando que había prescripción y por eso al final en el acta de acusación han quedado 299. Un horror insoportable.