Aestas alturas de la historia nadie puede negar que el canónigo emérito de la catedral de Valencia, Alfonso López Benito, mantenía una doble vida, especialmente alejada de la que se espera de un hombre con un compromiso de vida sacerdotal y celibato obligado. Desde que el pasado martes 23 de enero se localizó su cadáver con evidentes signos de violencia, la prensa valenciana y muy especialmente la periodista Teresa Domínguez en las páginas de El Levante han publicado detalles, a cual más truculento, de la vida del religioso. En los últimos tiempos, López Benito presuntamente pagaba a jóvenes vulnerables e incluso con discapacidades para mantener relaciones sexuales tanto en su piso de la capital, como en un apartamento que tenía alquilado en la playa para semejantes menesteres.
Muchos sospechaban
Experto en la “persecución religiosa en España de 1931 a 1939”, su labor en los últimos años la había centrado en la docencia universitaria y en trabajar en la canonización de 250 mártires por odio a la fe durante la Guerra Civil. Tras esa ejemplaridad y dedicación a determinados mártires, su homicidio ha destapado un comportamiento libidinoso, escabroso, rozando lo delictivo en algunos casos y que, al parecer, demasiada gente de su entorno conocía o intuía, pero inexplicablemente callaba y miraba hacía otro lado. El cura faltó a la misa de San Vicente el pasado lunes 22 de enero. Su ausencia extrañó y preocupó a sus conocidos tanto como que algunos recibieran un extraño mensaje de WhatsApp en el que Alfonso les advertía de que había salido unos días de viaje. Una de las personas que recibió aquel mensaje fue Albert López, portero del edificio del Arzobispado donde residía el cura. Un edificio en la calle Avellanas, en pleno centro de Valencia y a muy pocos metros de la Catedral. Alertado por la visita de un amigo que le dijo que había quedado a comer precisamente con don Alfonso, el portero entró en el domicilio del religioso y encontró su cadáver tendido boca arriba sobre la cama. Solo llevaba puestos los calzoncillos y tenía evidentes signos de haber sido asfixiado. El forense determinó después durante la autopsia que el crimen se produjo por asfixia entre la tarde noche del domingo y la primera hora de la mañana del lunes.
Detención inmediata
El grupo de homicidios de la Policía Nacional de Valencia se puso manos a la obra. La puerta no había sido forzada y se descartó el móvil del robo. En el domicilio seguían las pertenencias de la víctima, y solo había desaparecido el teléfono y alguna de sus tarjetas de crédito. La identificación y localización del presunto asesino fue prácticamente inmediata. Miguel V. N., un hombre de nacionalidad peruana de 40 años, y que frecuentaba en los últimos meses la vivienda de la víctima, fue detenido y acusado del crimen. Utilizó una de las tarjetas de crédito de Alfonso para pagar el desayuno en un bar de Valencia y desde el teléfono móvil de la víctima fue el encargado de enviar aquel extraño mensaje en el que advertía a los allegados que se ausentaría unos días de viaje. Sin residencia legal en España ni trabajo y en una situación de clara vulnerabilidad, el hombre se había convertido en uno de tantos a los que Alfonso ayudaba y no precisamente por caridad cristiana. Miguel dormía habitualmente en la calle, en bancos o porterías, entre cartones, las noches que el sacerdote no le daba cobijo en su piso. El acusado se negó a declarar a la policía cuando fue detenido y mantuvo la boca cerrada cuando pasó a disposición judicial y el magistrado le envió a prisión. De ahí que se desconozca el móvil de un crimen que ha sacudido a la sociedad valenciana, en la que Alfonso se prodigaba con ínfulas de buen religioso.
Un secreto a voces
Durante la investigación, los policías descubrieron una doble vida del religioso que, sin demasiada discreción, captaba a jóvenes sin recursos con los que mantenía relaciones sexuales a cambio de dinero. Tampoco mucho, dependiendo de las necesidades de los chavales a los que captaba. Citas que realizaba tanto en el piso de la calle Avellanas, como en el apartamento en la playa, en la pedanía del Perelló, a pocos kilómetros de Valencia y prácticamente desierto fuera de la temporada alta de verano. El gusto del cura por los jóvenes era un secreto a voces y así lo atestigua el hecho de que el Arzobispado de Valencia admitiera que recibió numerosas quejas de vecinos del bloque de la calle Avellanas por el trasiego de jóvenes en la vivienda del cura. De hecho, se cursó una amonestación al canónigo para que cesaran las visitas, aunque aclara el Arzobispado que nadie advirtió en ese momento de que el interés de esos encuentros era de índole sexual.
El asistente del cura
Fue otra de las personas que había merodeado por la vida del cura y que con el tiempo se convirtió en un “hombre para todo” que hacía funciones de chófer, el que declaró a la policía que Alfonso pagaba por esos encuentros sexuales según el elegido. Unas cuotas que podían ir desde los 20 euros a los más necesitados y vulnerables, a 200 o 300 euros. Este hombre, de nacionalidad rumana y que conocía al sacerdote desde hacía 12 años, fue asumiendo con el tiempo un papel de asistente, incluso de protector, realizando para el cura trabajos de todo tipo. Le aparcaba el coche en el garaje, le llevaba como si fuera su chófer o le acompañaba en momentos en que el canónigo consideraba que corría un cierto riesgo, como cuando quería decirle a alguno de los jóvenes que llevaba a su casa que no volviese más por allí.
Un joven con discapacidad
Miguel, el detenido, residió en casa del sacerdote durante un tiempo a cambio de ocuparse de las labores de limpieza, pero hacía meses que había salido de la vivienda. De hecho, la policía ha podido reconstruir que la relación de ambos data del verano de 2023. Horas antes de su asesinato, el canónigo estuvo en su piso con un joven con una discapacidad intelectual del 43 por cierto. El chaval, de Badajoz, conoció al sacerdote meses atrás en la estación de autobuses de Valencia y se habían intercambiado los números de teléfono. Después de varios contactos e invitaciones para que viniera a visitarle, Alfonso envió dinero al chaval para costearle el billete. Fue precisamente el chófer del sacerdote el que detalló cómo recogió al joven en la estación de autobuses y lo llevó a la vivienda del cura, donde pasaron el fin de semana. Ya el domingo por la mañana condujo al joven de nuevo a la terminal para que pudiera regresar a su casa, en Badajoz.
Sin rastro de extorisión
Cuando los investigadores empezaron a confirmar esos escarceos sexuales del canónigo, se plantearon la posibilidad de que el cura hubiera sido víctima de un intento de extorsión para revelar sus inclinaciones. Pero tras la detención de Miguel no encontraron que este hubiera tratado de extorsionar a la víctima. En el registro del domicilio de Alfonso, los investigadores hallaron una pequeña capilla junto al dormitorio, cerrada con llave, con imágenes religiosas y un reclinatorio. En el interior, en uno de los cajones del reclinatorio, había un segundo teléfono móvil y siete pendrive, con archivos que se están investigando en una pieza separada abierta por el juzgado y que permanece secreta. Los policías del grupo de Homicidios no solo han pedido al juez el volcado del terminal escondido bajo llave en la capilla, sino también de otros dos: un Samsung A52 negro y un Redmi Note 12 Pro azul. El primero es el teléfono personal del canónigo que la Policía recuperó entre las pertenencias de su presunto asesino cuando fue detenido en el hostal Abastos, el miércoles 24 de enero. Un terminal que el detenido utilizó para enviar mensajes haciéndose pasar por el sacerdote en los días siguientes a su asesinato. El segundo móvil es el que el presunto autor del crimen compró un día antes de su detención por 299 euros en una tienda de telefonía móvil de Valencia utilizando la misma tarjeta del cura con la que gastó otros 2.327 euros –1.800 euros en extracciones de cajeros y 527 en pagos en comercios y bares. Concretamente 385 euros en dos prendas de ropa en unos grandes almacenes. El presunto asesino buscó refugio en un hostal que estaba a menos de 500 metros de la jefatura superior de la Policía Nacional de Valencia, sede del grupo de homicidios que le iba tras la pista. Es probable que el hombre ni fuera consciente de un detalle que sorprendió a los investigadores. Cuando le fueron a buscar y llamaron a la puerta de la habitación número 1, el hombre salió tranquilamente y sin oponer ningún tipo de resistencia. De hecho, tampoco se opuso y autorizó el registro de la habitación, y no tuvo inconveniente en desbloquear allí mismo el teléfono de la víctima. En ese momento, los policías descubrieron los mensajes que el sospechoso había enviado a los amigos de Alfonso y procedieron inmediatamente a leerle sus derechos y comunicarle su detención como acusado de asesinato. El Arzobispado de Valencia, que en un primer momento se personó como acusación, terminó retirándose del proceso judicial. Sus portavoces se han esforzado en dejar claro que “jamás tuvo conocimiento de estos presuntos hechos” y que “hace dos años ya se apercibió directamente al sacerdote cuando los vecinos del mismo inmueble del domicilio en el que residía, propiedad del Arzobispado, presentaron quejas verbales” acerca de las personas que acudían al mismo, aunque en ningún caso aludieron a hechos de naturaleza sexual.