La reina Sofía cumple 79 años y, a veces, le parece mentira haber alcanzado esa edad. Siempre tiene presente que su padre, el rey Pablo de Grecia, murió con 62 años, víctima de un cáncer, y su madre, la reina Federica, falleció a los 63 tras sufrir un infarto cuando acababa de someterse a una operación de estética.
De todos los miembros de la familia real, Sofía sigue siendo la que atesora un mayor índice de aceptación; se valora su dedicación durante los años en los que fue consorte; el haber puesto siempre al mal tiempo buena cara y que, ahora, apoye a su hijo sin hacer notar su presencia. Sofía de Grecia y Hannover es una buena mujer a la que educaron para el cometido que llevó a cabo, disciplinada y eficaz que ha pasado sus penas y sus alegrías y que, con todo, nunca se ha permitido no ser feliz y agradecida
No echa de menos la anterior etapa de su vida. Está satisfecha de haber puesto en marcha la Fundación Reina Sofía, cuyos logros en materia de solidaridad y compromiso son evidentes, y solo echa a faltar los viajes de cooperación en los que ponía su foco en los proyectos de ayuda humanitaria y desarrollo. Le gustaría seguir haciéndolos y que su hijo le permitiera seguir representando en el mundo la imagen de la España más solidaria.
La madre del rey Felipe ha sido y es una mujer digna que ha sabido plantarse cuando sus desavenencias matrimoniales han traspasado los límites de la privacidad pero, aún así, jamás ha hecho, ni ha dicho, y puede que ni haya pensado, nada que haya podido perjudicar al rey Juan Carlos.
De todas las penas que haya podido tener en la vida, ninguna la ha encerrado en sí misma. Es cierto que sufre por la situación que atraviesa la infanta Cristina y que no entendió porque falló el día en el que, en plena explosión del caso Nóos, se paseó por Washington junto a su yerno, Iñaki Urdangarin, a punto de ser imputado. La reina Sofía no tiene malicia pero su hija Cristina pensó más en sí misma que en el posible daño que aquellas fotos harían a la imagen de su madre. Con los años y la evolución del asunto, la reina Sofía aprendió a ejercer de madre y abuela sin poner en cuestión la posición de la Corona con respecto a los Urdangarin. Y eso, también es un mérito, porque al final, la candidez de la reina Sofía consigue apaciguar todos los fuegos.
No entendió en su día que la infanta Elena quisiera divorciarse de Jaime de Marichalar y fue la más firme defensora de aquel eufemismo denominado “cese temporal de la convivencia” pensando que sería lo mejor para los hijos de la pareja y para los propios cónyuges. En su mundo, los matrimonios no estaban hechos de pasión sino de intereses compartidos pero, poco a poco, fue aceptando que su mundo ya no existía, como demostró el caso Lady Di.
Durante años, la reina Sofía vio reflejado en su hijo, Felipe de Borbón, la imagen de su padre, el rey Pablo. En parte tenía razón, abuelo y nieto se casaron cumplidos los 36 años y ambos, hombres templados y reflexivos, lo hicieron con mujeres con decisión y carácter, con sus sombras y sus luces. La reina Sofía y su sucesora, la reina Letizia, son como la noche y el día, como distantes son los mundos en los que se criaron y sus objetivos en la vida. Representan dos generaciones y dos épocas, de la reina Sofía podemos decir que cumplió con sus obligaciones por encima de todo. Más que ser reina, el mayor logro y la mayor satisfacción de Sofía es que su hijo lo sea. Misión cumplida.