Hay que ver qué bien funciona Buckingham Palace desde que se pusieron las pilas tras los desastres de Lady Di y Sarah Ferguson, dos cuñadas locuelas que, con sus niñerías, estuvieron a punto de cargarse la monarquía británica y lo hubieran logrado si Isabel II no llega a atesorar una hoja de servicios impecable. Ahora, las cuñadas de moda son Kate Middleton, embarazada de su tercer hijo, y Meghan Markle, una actriz afroamericana que tiene suficientes tablas para ejercer un trabajo público pero no tantas como para oscurecer a sus futuros parientes reales. Kate será, llegado el momento, reina de Inglaterra, asi que Meghan no tiene nada que envidiarle, eso sin contar que Guillermo cada día está más calvo y más soso, y Harry está ganando con los años, tras dejar a atrás su imagen de niño tan travieso, adolescente rebelde y joven gamberro.
Tras las últimas incorporaciones, de todas las familias reales, la de Inglaterra es la que mejor equipo tiene y la que, con mayor disposición, entiende que para permanecer en el puesto es necesario ofrecer la imagen de tradición y modernidad a partes iguales-
No por repetido el ritual se hace aburrido. Todos los 25 de diciembre, la familia real británica se reúne en el hall de su residencia de Sandringham y, como los jugadores de baloncesto antes de una final, te los imaginas, a punto de salir a la calle, juntando las manos y dicendo “vamos allá”, dispuestos a ofrecer un espectáculo que alimenta el negocio familiar. Como un equipo bien formado enfilan el camino que une la residencia con la iglesia de Santa Magdalena donde acuden, año tras año, para asistir a la misa de Navidad, mientras cientos de personas les miran pasar. Menos esfuerzo, imposible y, sin embargo, con ese paseillo liderado por la reina Isabel II logran mantener en lo más alto su nivel de popularidad.
Este año, la estrella en Sandringham ha sido Meghan Markle, la prometida del príncipe Enrique, quien ha conseguido acabar con la regla impuesta por la reina de no invitar a su mesa a parejas no casadas. La pobre Isabel II ya tuvo que tragar, hace 25 años, con los divorcios de sus hijos Carlos, Ana y Andrés, pero Camila Parker no estuvo invitada en la mesa de Navidad hasta que se casó con el príncipe de Gales. Meghan no ha tenido que pasar por esas restricciones, habida cuenta de que lleva ya unos meses conviviendo con su ahora prometido y, además, la chica está sola en Londres y no le iban a hacer ese feo. Ha sido la invitada estrella, formando con su novio, Enrique, y sus cuñados Guillermo y Catalina, un cuarteto que ha dado la vuelta al mundo.
Kate, muy formalita, a la par que estilosa, con su abrigo de cuadros escoceses (hay que ver cúantos guiños hace la familia real a Escocia, ese antiguo reino que un día se quiso independizar), medias tupidas y zapatos de tacón y Meghan, a su lado, con un abrigo batín beige y botas de ante. La prometida de Harry ya lleva estrenados tres abrigos (uno blanco, otro azul marino y uno beige) en sus tres apariciones públicas desde que se anunció su compromiso; al paso que va superará pronto a la reina Letizia cuya colección de abrigos pronto ocupará más espacio que la sección de invierno de unos grandes almacenes.