Los 'royals' no quieren fotos

Sigue siendo imposible pretender ser como los demás y, al mismo tiempo, gozar de los privilegios de ser único

Kate y Guillermo

Los duques de Cambridge, es decir Guillermo y Catalina, se han enfadado con los 'paparazzi' que pretenden hacer fotos de sus hijos fuera de las sesiones oficiales. En un comunicado hecho público consideran que los pequeños Jorge y Carlota tienen derecho a una infancia “privada y segura” y no son los únicos, la búsqueda de una vida paralela a la oficial es una exigencia de las nuevas generaciones de las familias reales. Sus niños son los únicos a los que no se les tapan las caras en las revistas y carecen de la protección de la que gozan el resto de los hijos de las personas conocidas, pobres niños que aparecen con los rostros pixelados en un vano intento de ofrecerles un anonimato imposible.

La contradicción entre utilizar a los pequeños principitos para ganar popularidad y el deseo de que crezcan como otros niños de su edad no tiene fácil solución. Los príncipes Guillermo y Catalina vieron como se disparaba su popularidad tras llevarse a su hijo Jorge al viaje que, hace algo más de un año, hicieron por Australia y Nueva Zelanda, la misma ruta que hace 30 años encumbró al príncipe Guillermo en brazos de su madre, la malograda Diana de Gales. El pequeño Jorge  alegra todas las sesiones de fotos de la familia y es el miembro más popular de la familia real inglesa a la espera de que la pequeña Carlota muestre sus primeras gracias en público. Por más fotos que se faciliten, ya se sabe que nunca son bastantes y ahora los duques de Cambridge quieren poner límites al trabajo de los fotógrafos que no se ajusten a las normas y pretenden ir por libres y captar fotos no programadas del pequeño Jorge cuando su niñera lo saca a pasear.

La pretensión de Guillermo y Catalina no es un hecho aislado, de hecho todos los pequeños príncipes de Europa tienen padres que pretenden lo mismo. En España, la reina Letizia tiene verdadera obsesión por proteger la imagen de la princesa Leonor y la infanta Sofía; y los reyes de Holanda, Guillermo y Máxima, han demandado en varias ocasiones a los medios que han publicado fotos de sus hijas, Catalina, Amalia y Alexia, sin su consentimiento. En todas las casas reales rigen las mismas normas y en casi todos los países se han implantado normas para llegar  a un pacto por el que, a cambio de una serie de posados a lo largo del año, los medios de comunicación se comprometen a no molestar.

El debate sobre si las personas públicas tienen derecho a la vida privada es más complicado cuando se habla de miembros de familias reales puesto que su posición es vitalicia. Es decir, un político, un actor, un personaje televisivo, un deportista o  cualquier persona cuyo trabajo genera la atención pública casi tienen la necesidad de generar la atención para seguir en primera línea, pero en algún momento pueden renunciar al peaje de una vida pública y pasar al anonimato. Cuántos actores han pedido a las revistas salir en un reportaje tras una  temporada sin trabajo y cuántos políticos necesitan estar permanentemente en la televisión para ganar cotas de popularidad. A ninguno, evidentemente, les gusta ser fotografiados en situaciones que pueden perjudicar sus carreras, pero no se trata de enfadarse sino de evitar la situación. Si no quieren que les pesquen en 'topless' que se pongan un traje de baño completo y si engañan a su  mujer o a su marido, el problema no es del fotógrafo que les pesca con otro/otra sino de su condición de adúlteros.

En el caso de las personas que pertenecen a una familia real en ejercicio el asunto se complica. Heredan una serie de derechos y también unas obligaciones y pretender gozar de los privilegios del anonimato no casa con el simple hecho de que muchas veces su posición tiene que ver con su relación con la ciudadanía y con la ejemplaridad de sus vidas y sus gestos. Las personas que, libremente, han escogido unirse, vía matrimonio, a una familia real deberían haber calibrado con anterioridad que sus vidas iban a estar en el escaparate y los que ya nacieron como príncipes o princesas, no tienen más remedio que aceptar que sus vidas tan extraordinarias no pueden ser, al mismo tiempo, ordinarias.

A la reina de Inglaterra jamás la han pescado con los rulos puestos o tomando copas en una discoteca y quizá la aceptación de esa vida marcada por sus funciones es la que le ha permitido llevar más de sesenta años en el trono. Aprendió la lección de su tío el rey Eduardo VIII quien, cuando tuvo que elegir, puso sus deseos y caprichos por encima de sus obligaciones y acabó traspasando la corona. En el siglo XXI ya no hay que optar entre el trono y la vida pero sigue siendo imposible pretender ser como los demás y, al mismo tiempo, gozar de los privilegios de ser único.