No hubo foto bajo los cerezos en flor. Los Reyes han regresado de su viaje a Extremo Oriente con el álbum repleto de fotos oficiales pero sin la imagen más emblemática de la primavera japonesa, una que podría haber dado la vuelta al mundo como lo ha hecho el momento en el que la reina Letizia sujeta del antebrazo a la princesa Masako y, de este modo impide, que esta concluya la reverencia que corresponde al saludo entre una princesa y una reina. Todo un detalle.
En este viaje, Letizia no ha tenido competencia dado que no hay medida con la emperatriz Michiko, una frágil anciana que, en su día, también sufrió los rigores de la corte imperial llegando a estar varios años sin hablar. La emperatriz ha estado muy atenta con la Reina y, al revés, aunque evidentemente no puede hablarse de complicidad, como sí la hubo en el breve encuentro público que mantuvo con Masako en la ceremonia de bienvenida oficial y también durante la cena de gala que los emperadores ofrecieron en el palacio imperial, al que acudieron nada menos que diez princesas imperiales, adornadas todas con las correspondientes tiaras en lo que parecía un catálogo de joyería.
La reina Letizia eligió la tiara floral, un guiño a la floración de los cerezos. La joya, de gran valor histórico pues data de finales del siglo XIX, fue un regalo de Alfonso XII a Cristina de Habsburgo, aunque luego desapareció y en 1960, el gobierno de Franco la compró en una subasta para regalársela a la princesa Sofía con motivo de su boda con Juan Carlos. La floral, de plata y platino tiene incrustados brillantes de talla antigua y su brillo no es comparable con el de las tiaras que lucieron Masako, su cuñada Aiko, las hijas de ésta, Kako y Mako, así como tras seis princesas, cuñadas y sobrinas de emperador Akihito. Si Letizia escogió su tiara con mayor trabajo de orfebrería pero menos brillante fue también porque la emperatriz Michiko no usa ese tipo de joyas, prefiere lucir su pelo blanco y su moño tradicional.
Durante todo el viaje, excepción hecha del espectacular vestido azul noche escotado con la falda de varias capas tul bordado que lució en la cena de gala, la Reina se ha mimetizado con la austeridad japonesa, luciendo conjuntos, casi todos de Felipe Varela, de lo más clásico. Estrenó un vestido verde con adornos de cuero que llevó en la recepción a la colonia española que firma Carolina Herrera y un vestido de terciopelo negro de Armani Privé cuyas boca mangas y un godés que salía del bajo pecho estaba confeccionado con la tela estampada con motivos florales propia de los kimonos. El origen del vestido es un misterio, ya que es de la colección de 2011, así que podría ser que Eva Fernández, (que más que estilista es la conseguidora y buscadora que se ocupa de tener el armario de la Reina a punto), recibió el encargo de encontrar un vestido de inspiración japonesa y buscando, buscando dio con ese modelo de Armani, aunque ya fuera de catálogo y logró que la firma le pasara el que guarda en sus almacenes. Eso o que, Letizia lo compró en su día y el vestido ha esperado en el armario el momento oportuno para ser lucido.