La infanta Cristina ha sido absuelta. En cualquier otro acusado la sentencia dictada por el tribunal significaría el fin de una pesadilla o, al menos, la constatación de que los abogados han hecho bien su trabajo y que lo que de ahora en adelante vale no es lo que piense, o malpiense, la gente sino la oficialización de su inocencia. Pero a la infanta Cristina el camino hasta la absolución le ha costado el alejamiento de su familia, ser apartada de la representación institucional, cambiar tres veces de residencia, perder su casa, su título de duquesa de Palma y sobre todo, el favor popular. Menos mal que era inocente.
Pero a la hermana del actual Rey e hija del anterior no se la ha juzgado únicamente en los tribunales sino fundamentalmente en la calle y de esa pena ya no hay quien la libre. Le queda también por delante el drama de ver entrar a su marido en la cárcel, quizá en unos días o, en unos meses, por que a estas alturas nadie puede esperar que, aunque las partes recurran al Tribunal Supremo, la última sentencia, que será la firme, sea mejor que la ya existente. A Cristina de Borbón le queda aún lo peor, reconstruir su vida, proteger a sus hijos y aguantar el estigma de haber contribuido al desprestigio de la Corona sin que esa haya sido su intención y mucho menos, su deseo.
La infanta deportista, la moderna, no ha podido con su personaje y todo porque tanto ella como su marido pensaron que había una vida fuera de la Zarzuela pero no tan lejos como para privarse del calor de sus focos. Lo que pudo haber sido y no fue ya no tiene arreglo y quien sabe a dónde la hubiera llevado cualquiera de los caminos alternativos que Cristina de Borbón y Grecia hubiera podido tomar en la vida.
Pudo ser reina de Bélgica (o mejor dicho de los belgas) si hubiera aceptado casarse con el príncipe (ahora rey) Felipe, el de Bélgica, pero curiosamente aunque muchas jóvenes burguesas sueñan con ser princesas, a la mayoría de las princesas de verdad lo que les gusta es ser burguesas. Cristina de Borbón, hija de rey, no quiso ser reina, ni tan siquiera archiduquesa de Austria y acabó casada con un deportista, un género por el que siempre sintió especial predilección. Todo fue bien, más o menos, mientras Iñaki Urdangarin siguió jugando al balonmano pero fue en su transición a la vida civil y su necesidad de demostrar a todo el mundo que podía mantener a su familia donde estuvo el fallo. Y ya que ha hablado la justicia, se puede decir claramente que su mayor error fue cruzarse con Diego Torres con quien formó un dúo que, a la postre, los llevará a ambos a la cárcel.