El misterioso armario de doña Letizia

"Pasa de la elegancia sobria del último 12 de octubre a la picardía de las minifaldas, más propias de una veinteañera"

Letizia

Todo el mundo recuerda la primera aparición estelar de Letizia Ortiz cuando, una semana antes de su boda, apareció en las celebraciones de la boda de los príncipes Federico y Mary de Dinamarca, envuelta en las gasas rojas del modelazo que le confeccionó el gran Lorenzo Caprile. Con las joyas justas, unos broches de brillantes y rubíes y pendientes a juego, y un peinado años 20, la prometida de don Felipe se convirtió en princesa por su porte y estilo, dejando con dos palmos de narices a quienes pensaban que iba a desentonar en las cortes reales. Han pasado ya más de once años y no hemos ido a mejor, pero en su última aparición, el viernes, en Milán en un acto por el Día Mundial de la Alimentación, la ahora reina Letizia también recurrió al rojo, su color fetiche, casi su marca, el que mejor le sienta y el que más repite.

Nadie sabe qué ha sido del vestido rojo que lució en Copenhague pero seguramente estará guardado en los armarios ubicados en el sótano de la residencia de los Reyes donde se guardan, archivan y documentan todos los modelos que luce la Reina. No toda la ropa que ha llevado doña Letizia desde que llegó a la Zarzuela se conserva, lógicamente, porque algunos conjuntos ya han cumplido su ciclo vital. Los primeros trajes de chaqueta de Felipe Varela, con aquellas faldas por debajo de la rodilla y las chaquetas con ribetes, ya salieron hace tiempo del recinto. Doña Letizia pasó algunas a su madre, Paloma Rocasolano, a quien se las hemos visto lucir y también a otras familiares y amigas.

La Reina tiene un vestidor particular, junto a su dormitorio, en el que guarda la ropa de diario y los básicos, pero los vestidos de gala y de cóctel se almacenan aparte, en una colección que ya alcanza alrededor de cincuenta trajes largos de gala y unos cien vestidos cortos y conjuntos de fiesta que pueden ser utilizados para cócteles y ocasiones especiales como la ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias, en Oviedo. La colección de trajes de gala empieza con el famoso vestido rojo, junto al que está otro modelo, también de Caprile y que también lució en la boda real de Dinamarca, compuesto por una falda morada y una chaquetilla confeccionada con una seda adamascada que normalmente se utiliza para los vestidos de fallera que tampoco ha vuelto a salir del armario. Sí salió, para mal, el vestido tipo Disney que la prometida del príncipe Felipe llevó en la cena de gala previa a su boda, una filigrana en seda y gasa bordada de color gris plata que años más tarde recuperó, reformando el escote, para asistir a la cena de gala que los reyes Juan Carlos y Sofía, ofrecieron al presidente de Francia Nicolás Sarkozy y su esposa, Carla Bruni. Con el retoque, el vestido perdió  la pieza que formaba el escote barco que se sustituyó por unos tirantes que destrozaban el conjunto. La mayoría de los vestidos de noche pueden ser reutilizados y, de hecho, la Reina se los ha puesto alguno varias veces pero otros, como el de color lavanda que llevó en Londres en la fiesta previa a la boda de Guillermo y Catalina, no ha vuelto a salir del armario.

Muchos han sido los modelos que la Reina solo ha utilizado una vez y también hay otros que repite hasta la saciedad, lo que demuestra que ella, como muchas mujeres, coge manía algunas piezas de ropa con la misma intensidad con que ama otras, sin que existan razones objetivas. Desde que es Reina, lógicamente, debe cuidar más su vestuario y estrenar cuando la ocasión lo requiere que es, casi siempre, ya que en un viaje oficial, por respeto a los anfitriones y también para cumplir con las expectativas que despierta, doña Letizia tiene la obligación de cuidar su vestuario al máximo.

Lo único que me sigue intrigando es cómo no consigue unificar en uno solo todos los estilos que presenta. Pasa de la elegancia sobria del último 12 de octubre, con un conjunto azul klein de Felipe Varela, que le sentaba bien pero también le hacía mayor, a la picardía de las minifaldas, más propias de una veinteañera, o la innecesaria muestra de austeridad de la repetición de sus chaquetitas de cheviot. Le gusta una pieza, como una capa de Hugo Boss que acaba de estrenar, y se la pone dos días seguidos, mientras en su armario dormitan piezas olvidadas para siempre.