Cristina, sola ante el banquillo

Actualizado a 18 de julio de 2016, 10:03

Volver

La agonía de la infanta Cristina parece no tener fin. A pesar de que existe la creencia popular de que, por ser quien era (que ya no lo es desde que su padre dejo de ser Rey), se iba a salvar del banquillo, lo cierto es que el próximo 9 de febrero, si no se dicta algún aplazamiento, la hermana del Rey volverá a sentarse en la sala donde se desarrolla el juicio oral por el caso Nóos. No es cierto, por tanto, que la infanta se haya beneficiado de su posición, sino más bien lo contrario.

Independientemente del resultado final del juicio: absolución o condena, la infanta Cristina ya ha recibido su castigo, de modo que la pena del banquillo, esa que se paga por estar acusado, con o sin razón, no se la quita nadie. A lo mejor hay quien se alegre de verla, de nuevo, imperturbable, tiesa como una esfinge, sentada junto al resto de acusados, una posición de la que saldrá un día para situarse delante, frente al tribunal para ser interrogada. Al ser audiencia pública, la declaración de la infanta podrá grabarse e incluso alguna televisión la emitirá en directo. Ese sí será un momento fuerte, fuerte.

Pero, con todo lo duro que es plantarse ante un juez y someterse a las preguntas de todas las partes implicadas en un juicio, no será el peor trago de este proceso. De hecho, la infanta Cristina ya está condenada socialmente y, sobre todo, está lejos, muy lejos de lo que fue su vida durante casi 40 años, la que transcurrió antes de casarse y también durante los primeros años de su matrimonio con Urdangarin. Podíamos decir que lo que pasa ahora es fruto de varias decisiones equivocadas y no todas referentes a las cuestiones que se juzgan.

No vale, aunque condiciona toda la historia, la decisión de Cristina de casarse con Iñaki Urdangarin porque también podía haberse casado con príncipe y que le hubiera salido rana. La infanta se casó por amor y lo hizo con un deportista de élite, un jugador de balonmano que, una vez acabada su carrera deportiva, quiso tener vida propia. Es en ese momento, en el año 2000, cuando Iñaki se retira de la competición tanto de su equipo, el Barça, como de la selección española, el punto en el que la pareja toma un camino equivocado.

Seguir formando parte activa de la familia real, asistiendo a actos oficiales y recibiendo, en el caso de la infanta Cristina, una remuneración por ello, era manifiestamente incompatible con realizar negocios con las administraciones públicas e incluso, si me apuras, con las privadas, pero la pareja lo hizo durante años. Estar en misa y repicando fue su perdición y es tan cierto que nadie les puso freno como que ellos no vieron que iban directos al precipicio.

La segunda parte de la historia, la que los ha conducido hasta el banquillo, empieza cuando, una vez puesta en marcha la investigación del Instituto Nóos, en vez de pedir perdón, restituir las cantidades presuntamente defraudadas y, también, en el caso de la infanta retirarse, previa renuncia a sus derechos, de la familia real, tanto la infanta Cristina como Iñaki Urdangarin se enrocan en su posición de víctimas.

No hay que buscar más razones, ni argumentaciones legales: han sido las decisiones de la infanta Cristina las que la han conducido al banquillo.

Rechazar y suscribirse

Si quieres actualizar tus preferencias de consentimiento haz click en el siguiente enlace