Cuando el sábado llegué a casa después del ‘Deluxe’, a eso de las tres de la madrugada, P. estaba medio despierto en la cama. Por lo general, intento hacer el menor ruido posible, para que no se desvele del todo. Pero el sábado no pude reprimirme: “P., ¿has visto lo de los Caparrós? Creo que es lo más fuerte que ha pasado en el plató del programa en los nueve años que llevamos haciéndolo”. “¿Y quién llevaba razón?”, me preguntó adormilado. Me quedé callado porque hubiera necesitado endosarle una larga perorata para explicarme y no era plan.
En un principio, Alonso y su padre Andrés se sentaban en el plató de ‘Sábado Deluxe’ para intentar mantener aquella conversación que no habían sido capaces de enhebrar durante los años que el primero había estado enganchado a las drogas. Pero Alonso entró en el plató tan desatado como el más mortal de los huracanes. Le echó en cara a su padre la absoluta dedicación que le había brindado a su profesión y la incapacidad para aceptar que sus épocas de gloria pertenecían al pasado. Salió a relucir la enfermedad de la madre, la delicada situación económica del padre, y la catastrófica situación emocional que vive una familia aparentemente incomunicada por densos y espesos silencios.
Puede que Alonso tuviera razón en todos los argumentos que esgrimía contra el padre. Pero se equivocó en el tono. Ver al mítico Andrés Caparrós empequeñecido ante la desmesurada contundencia dialéctica de su hijo, encogió el corazón de todos los que presenciamos el doloroso encuentro. Una vez finalizado el programa, mi móvil se llenó de mensajes de amigos que se habían quedado muy tocados por lo sucedido en el plató. Un tortuoso drama psicológico en vivo y en directo.