Últimamente pienso mucho sobre el sexo. Miento: siempre he pensado. ¿Más que hacerlo? Pues no lo sé. Como en todo, depende con quien te compares. No me quejo pero en mi juventud me hubiera gustado disfrutarlo con menos sentimiento de culpa. ¿Lo tienen los jóvenes gays de ahora? No en su mayoría, supongo. Pero creo que se enfrentan a otro tipo de complicación: la que surge de tener el sexo muy al alcance de la mano gracias a las redes sociales. Y cuando no lo tienen, pierden mucho tiempo olisqueando qué hay alrededor. Me ha sucedido ya muchas veces: estoy en una cena con amigos solteros y en vez de prestar atención a los platos de comida se embelesan rebuscando en la pantalla del móvil a ver si hay algún perfil de Grindr que les cuadre. Hablan poco. Se limitan a mirar fotografías e intercambiarse mensajes bobos. Cada vez quedan menos con otros tíos porque empieza a cansarles la rutina del Grindr: quedar, acostarse, decirse adiós y reiniciar la búsqueda de otro cuerpo. Todo cansa, hasta el sexo. Y lo que es peor: desestabiliza. Cuando lo tienes porque no quieres que se acabe y sufres pensando cuánto durará la juerga. Y cuando no lo tienes te comes la cabeza elucubrando cuándo volverá a ti y te hará sentir más joven. Pese a todo sigo siendo un ferviente defensor del sexo. Incluso del que se hace mal. En este caso creo a pies juntillas que más vale tener un orgasmo que ciento volando.