Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Maria Teresa Campos Bigote Arrocet

“Teresa le quitó la caspa a Bigote. Sin ella ha vuelto a ser el de antes”

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Jorge Javier Vázquez

Escritor, presentador, actor y productor teatral

El viernes empiezo a conectarme con el mundo exterior y lo hago viendo un poco de ‘¡De viernes!’. Sale Edmundo Arrocet hablando del embarazo de Alejandra Rubio y aprovecha para pasar revista a la vida y milagros de las componentes del clan. Nota: a Terelu no le gusta que le llamen “clan”. A mí el término me parece acertadísimo. Antes de ennoviarse con Teresa, Edmundo era “Bigote” Arrocet y pertenecía a ese grupo de humoristas chuscos que animaban el ‘Un, dos, tres’ de Mayra Gómez Kemp. Teresa Campos le quita la caspa y por sus bemoles malagueños consigue que la gente se olvide del “Bigote” y le llame Edmundo. Una titánica proeza que no se ha alabado lo suficiente, creo yo. Teresa y Edmundo se convierten, contra todo pronóstico, en una de las parejas más rutilantes del solar patrio. Guapos, elegantes. Los saraos más rimbombantes se rifan su presencia. Junto a Teresa, Edmundo adquiere un estatus que no había olido en toda su vida. Hasta que llegó la ruptura y Arrocet, como buen hombre de su tiempo, le hace un ‘ghosting’ a Teresa que la deja tiritando. Campos no llegó a recuperarse. Arrocet, poco consciente de sus limitadas posibilidades, pensó que seguiría siendo el que era junto a la estrella malagueña. Pero no. Volvió a ser aquel. El de antes. Más Bigote que nunca.

Él, que presumía de caballero, debería declinar las proposiciones para hablar del clan. Su tiempo ya fue. En vez de optar por una discreta y elegante despedida prefiere ser ese grano en el culo que no termina nunca de desaparecer. Claro que puede hablar. Pero teniendo en cuenta que a “Teresita” –como él llama a la Campos– le hubiera sentado como una patada en el estómago su continuada presencia en los platós para lucrarse hablando de sus hijas y su nieta, debería escoger el camino del silencio. Leo en El País que el nuevo Tinder se ha trasladado a los clubes de running. La gente queda para entrenar y, a lo tonto, aprovechan para tener citas. No me veo haciendo running. Lo que queda claro es que las aplicaciones para ligar están más en entredicho que nunca. Estamos cansados de likes estériles, absurdas conversaciones que no llevan a nada y rápidos encuentros que, salvo honrosas excepciones, son un pasaporte a la frustración. Toca volver a las barras de los bares, de donde jamás debimos salir.