Al principio, fue raro. Trabajar sin público resultaba desangelado, un tanto frío. Pero tengo que reconocer que me acostumbré muy pronto, quizás porque se había llegado a un punto en el que existía demasiada crispación en el plató. Durante estos meses he pensado mucho sobre las diferencias entre el público del teatro y el público de la televisión. La gente que va al teatro paga por verte. Así que llega con una predisposición estupenda. Ha tenido que organizar una parte de su vida para dedicártela y acuden a la cita expectantes, contentos, con ganas de pasárselo bien. Durante toda la función les entregas toda tu energía, te vacías en los espectadores con la intención de que salgan del teatro contentos de haber venido. Y si todo sale bien, ellos al final te devuelven toda esa energía en forma de un aplauso que traspasa tu cuerpo y se queda almacenado en él, dotándote de una fuerza que hace que sea muy complicado dormir durante las horas posteriores. En la televisión, es distinto. En el público, hay gente a la que le gustas y otra que sencillamente te detesta. Y durante el programa te lo hacen saber en cuanto pueden, ya sea en forma de murmullos desaprobatorios ante alguno de tus comentarios o simple y llanamente con abucheos. No es fácil trabajar así. A la concentración que supone llevar un programa en directo se le suma la energía que desperdicias al intentar que no te afecte toda la carga negativa que se puede ir acumulando en una gala. Desde que empezó lo del coronavirus, tenemos tanta crispación acumulada en el cuerpo que se nos va ha a hacer difícil trabajar en un plató en el que se produzcan abucheos sin sentido. Nos van a parecer antiguos, como de congreso de diputados. En toda esta historia ha salido ganando el espectador, con el que se crea una complicidad más fuerte, más directa, desprovista de ruidos a veces molestos en el plató. Estoy convencido de que, cuando el público vuelva a la televisión, lo hará con ganas. Y a lo mejor nos habrán echado tanto de menos que dejarán de decirnos a la cara que estamos más gordos o más viejos al natural.