Para una persona como yo, que siempre ha querido ser artista, tener un esmoquin de lentejuelas era algo obligado. Un ‘must’, que se dice ahora. Una vez fui a una tienda de las caras con P. y lo vi: precioso, espectacular; cómo brillaba el jodido. Pensé en comprármelo, pero cuando descubrí el precio apareció mi vena sensata y aparqué la idea. ¿Qué iba a hacer yo con un esmoquin así? Una prenda tan cantosa te la pones una vez y hasta luego, Mari Carmen.
Así que me olvidé de él. Pero llegó mi segunda función, ‘Grandes Éxitos’. Y P. se encargó de hacer el diseño de vestuario –aunque con seudónimo, Fermín Romero– y, para el número final, me compró el esmoquin. Durante las rebajas, a mitad de precio, pero la prenda ya era mía. Parece que he hablado mucho de ‘Grandes Éxitos’ pero es que siempre se me queda algo en el tintero.
Mi experiencia en esta función me remite al inicio de ‘Historia de dos ciudades’: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Una semana antes de estrenar en Madrid, me separé. Estrené sin contárselo a nadie, y creo que, en esos momentos, el teatro me salvó la vida. Atravesé el duelo de la ruptura con la mirada puesta en los lunes, que era cuando representábamos la función en el Teatro Rialto de Madrid.
Luego, vino la gira, y la felicidad en estado puro. No sé si volveré a encontrarme una compañía como la que formaba esta función. Igual, puede ser. Mejor, imposible. Deseaba que llegaran las actuaciones para reunirme con ellos: actuar, cantar, salir a cenar, desbarrar. Me sentía joven aunque empezaba a dejar de serlo. A finales del año pasado, nuestro gerente, Juan, empezó a encontrarse mal,cansado. Adelgazó muchísimo. Tardó en ir al hospital y, cuando lo hizo, y después de someterse a varias pruebas, apareció la palabra temida. Y no tenía buena pinta. Creo que fue en Donosti cuando nos quedamos solos en el camerino y hablamos sobre el tema. Y me expresó su firme deseo de luchar, de vivir.
Acordamos no decir nada a la compañía hasta que fuera inevitable porque el tratamiento iba a ser duro. Una piedra en el camino, así quería verlo yo, aunque las noticias no eran buenas y él lo sabía. Me reía mucho con él y, por aquella época, me hacía de enlace con P. porque todavía no nos hablábamos. Cuando yo salía de casa para ir a actuar a alguna ciudad, Juan avisaba a P. y, entonces, él llegaba a casa para cuidar de los perros. Si yo tenía que hacer noche fuera, P. se quedaba a dormir. Y si volvía, Juan le advertía de mi hora de llegada para no coincidir. Esos ajustes de agenda nos daban pie para muchos momentos de charlas divertidas.
En marzo, me dio un ictus. Y, afortunadamente, salí bien del trance. Durante el mes que estuve en casa recuperándome, charlaba con Juan y nos dábamos ánimos mutuamente. “Esto no va a poder conmigo”, me decía él. Y yo le animaba aunque sabía que su camino era mucho más complicado que el mío. Durante ese mes, tuve que tomar una de las decisiones más dolorosas de mi vida: cancelar definitivamente la gira de ‘Grandes Éxitos’.