En el blog anterior me había quedado en que me habían perdido la maleta. Sigo sin ella, creo que hoy se cumplen cinco días, y me da la sensación de que no volverá a aparecer jamás. Me visto con ropa prestada y poso con ella tipo Jon Kortajarena en Venecia. Acabo de caer en la historia: forma parte del proceso. Del proceso de sanación y reparación en el que se están convirtiendo estas vacaciones de verano. Sufrí un mal de altura en Perú que acepté con naturalidad y en África vivo con lo puesto. Forma parte del plan: despojarte de lo accesorio para centrarte en lo esencial.
No pensé que Botswana iba a provocarme tal catarata de emociones. Recordaré este país durante toda mi vida porque ha sido aquí donde más en contacto me he sentido con la naturaleza. Tanto, que reconozco que alguna mañana se me han saltado las lágrimas admirando el inigualable espectáculo de ver a tal diversidad de animales vivir en su hábitat. Alimentarse. Disfrutar de un baño. Gozar del sol tumbados en la hierba. Recordaré un viaje en helicóptero como una de las experiencias más bonitas que he vivido jamás.
Y estoy pensando en que cuando vuelva a España quiero volver a ver ‘El Rey León’ y ‘Memorias de África’, película a la que daré el stop antes de que a Robert Redford le pase lo que le pasa y la peli empiece a torcerse de manera tan irremediable que siempre que la he visto hasta el final mis ojos parecían las cataratas Victoria. ¡Ay! Es lo que tiene viajar, que te mimetizas con el ambiente y hasta escribiendo utilizas símiles autóctonos.