Echo la vista atrás y la edición se me ha pasado volando pero, por Dios, qué intensa ha sido. Durante el verano pasé dos semanas en una clínica descansando. Volví en septiembre con quince años menos –o así– pero creo que durante estos cuatro meses he envejecido treinta. Así que, en el computo global, acabo el año con quince años más encima. En torno a este ‘Gran Hermano’ se ha producido una situación muy curiosa. Si uno se dejaba guiar por lo que se publicaba, parecía que se estaba cayendo el mundo. Creo que en las redes yo era la reencarnación del Demonio de Tasmania, y digo creo porque no sé cómo se hace para estar al tanto de lo que se cuece en ellas. Cuando alguien me dice: “En las redes te están poniendo a parir”, yo siempre pongo cara de póquer porque parece que me estuvieran hablando en esperanto. Utilizo Facebook para fisgonear, Instagram para tres cuartos de lo mismo, y Twitter ídem de ídem. Pero mis conocimientos acerca del funcionamiento de estas plataformas es muy rudimentario. No sé indagar sobre qué se escribe de cada programa o de un presentador. Me llegan partes, pero no el todo. Cuando yo era jovencito, me reía de mi madre porque no sabía grabar en video VHS y, en comparación, ahora yo soy mucho más torpe que ella con la tecnología. El karma, que siempre rebota.
Decía que, si uno se dejaba guiar por lo publicado, todo era un desastre. Pero luego yo iba a la tele y los productores del programa me transmitían tranquilidad. Nada nuevo bajo el sol. ‘GH’ siempre ha sido un formato polémico pero tenemos la memoria demasiado frágil. Bromeábamos sobre nuestro supuesto fracaso e incluso hacíamos apuestas sobre los titulares que saldrían el viernes, después de la gala. Yo siempre ganaba, tengo callo. Si subíamos era porque había desaparecido ‘Águila Roja’. Si nosotros subíamos un poquito pero ‘Pesadilla en la cocina’ incrementaba su share, el titular no era que nos iba mejor, sino que Chicote nos plantaba cara. Cuando estrené ‘Iba en serio’, la crítica malagueña me dio palos hasta en el carné de identidad. A partir de ahí, durante más de año y medio, no hubo entrevista en la que no se me hiciera mención de aquella crítica. Poco importaba que, posteriormente, la tendencia variara e incluso aparecieran reseñas muy elogiosas. El estigma de Málaga me ha acompañado durante toda la gira. Con ‘GH 17’ ha sucedido lo mismo. Hubo quien decidió que, sin Mercedes, sería un fracaso, y así lo ha mantenido durante toda la edición. Inútil luchar contra esa tendencia. Alguno pensará que escribo así porque estoy rebotado. Así que ahora, tranquilito, a meterse en la cama para coger fuerzas y darlo todo en la final. Mientras me duermo, voy a pensar de qué me opero para recuperar los quince años de lozanía que he perdido durante estos cuatro meses.