Tras mucho tiempo recluida en Cantora, reaparece Isabel Pantoja en la rueda de prensa de ‘Top Star’. A las primeras de cambio asegura que no ha estado encerrada, sino cuidando de su madre, que es una cosa bien distinta. Reaparece Pantoja y lo hace como siempre. La pandemia y la ruptura con su hijo no ha hecho ni la más mínima mella en ella. Vamos, que la vida pasa y la folclórica no evoluciona. Sigue aferrada al estilo Pantoja y exhibe la misma marca de ayer, de hoy y de siempre. Gestualidad lenta y afectada, miradas intimidatorias, suspiros de España, frases ampulosas con poco fuste. Lo de siempre. Y no lo entiendo. Porque, si hubiera salido diciendo que para ella ha sido un año de mierda –sí, de “mierda”– porque se ha peleado con su hijo, nos habríamos postrado a sus pies. Porque la folclórica eterna habría mostrado un poquito de sus sentimientos. Pero Pantoja, fiel a su estrategia carpetovetónica, no deja traslucir ni un ápice de debilidad, y eso la hace cada vez más lejana e incomprensible. Si sigue por ese camino tiene todas las papeletas para convertirse en una legendaria Bernarda Alba. Aparece en el plató de ‘Top Star’ rodeada de un numeroso séquito que se encarga de darle de beber y alimentar continuamente su inabarcable ego. Nada nuevo bajo el sol. Isabel Pantoja tira de repertorio en su reaparición mediática y yo echo en falta que de vez en cuando se le rompan las costuras del alma en directo. Pero de verdad, sin aspavientos propios de tonadillera tardofranquista. La vida sigue y ella permanece inalterable. No es un piropo. Es la constatación de que no te importa más que tu mismidad, y eso es agotador para una misma y sus circunstancias.