Hace algunas semanas quedé a almorzar con G., un compañero muy querido que lleva algún tiempo sin trabajar porque ha ido encadenando una ristra de pequeños contratiempos. Como consecuencia le empezaron a asaltar dudas respecto a su valía, que es mucha. Todos sabemos que es bueno menos él. También miedos, inseguridades. E incertidumbres, tan propias en nuestro trabajo. G. daba por supuesto que yo, que empiezo a llevar tanto tiempo en esto, estaba vacunado contra todos esos elementos. Incluso parece que se sorprendió cuando le dije que por supuesto que seguía teniendo miedo. Pero intenté explicarle que con el paso de los años he conseguido convivir con él y ya no me domina. No fue así al principio. Se lo expliqué a Pilar Vidal en su podcast ‘Drama Queen’. Cuando echo la vista atrás no me recuerdo disfrutando con mi trabajo porque cuando empiezas no hay lugar para el goce. Son demasiadas cosas las que te preocupan: “¿Me equivocaré delante de la cámara? ¿Me volverán a llamar? ¿Cuánto tiempo durará este trabajo?”.
Así es muy difícil pasárselo bien currando. Si eres de natural ansioso, como el que escribe, más. Y si encima provienes de esa generación en la que tu padre te hablaba continuamente de la necesidad de tener un trabajo fijo, para toda la vida, pues ya ni te cuento. La gente de mi generación hemos sido testigos privilegiados de la demolición de una vida perfectamente estructurada y el nacimiento de otra en la que pocas cosas duran para siempre. Y ahí cabe tanto el trabajo como la pareja. No está siendo un camino fácil porque nada de lo que te habían enseñado te sirve para enfrentarte a una realidad tan cambiante. En lo laboral, desde que llegué a Madrid en el año 1995, he tenido la fortuna de no estar nunca en paro. Pero también puse de mi parte para ir avanzando: abandoné trabajos muy bien pagados porque me daba cuenta de que no me aportaban más que dinero. Y acerté. Preferí el riesgo a una seguridad que no me llevaba a ninguna parte. No asumí mis decisiones convencido. El miedo siempre estaba ahí, acechándome, vigilándome. Paralizándome a veces. Pero seguí adelante aferrándome a unas decisiones que incluso a mí me costaba defender aunque intuía que eran las correctas.
Sin ansiedad por el futuro
Qué difícil es lidiar con esa ansiedad que te obliga a pensar permanentemente en el después, en lo que vendrá luego. En definitiva, en el futuro. No sé si la gente joven malgasta ahora tantas energías pensando a largo plazo. Ojalá que no, porque te impide disfrutar de lo que estás viviendo. Pero esa es la herencia que recibimos de nuestros padres. Ya no estoy en esas pero lo mío me ha costado. Si hay un momento en el que estoy disfrutando de mi profesión es este. Ya no vivo con la frustrante sensación de tener que demostrar algo. Lo que ves es el resultado de muchísimos años de dedicación y esfuerzo. La suma de bastantes aciertos y de errores clamorosos. La mezcla de algunas inseguridades y una firme convicción: que no me pertenece el éxito de un programa ni eso que conocemos como fracaso. Saber que formo parte de un engranaje me ayuda a entender los mecanismos de la profesión y a que no se me vaya la cabeza en aquellos momentos en los que la audiencia te acompaña o en esos en los que no te acompaña como a ti te gustaría. Con los años, conceptos como “éxito” o “fracaso” han perdido rotundidad para mí. Y está bien. Nuestra labor es importante pero más importante todavía es contar con un proyecto con cara y ojos, que diría mi P. Y a veces, ni con eso es bastante. Misterios insondables de nuestra profesión. Por eso nos atrapa tanto. Además: un éxito se puede llegar a convertir en un fracaso y a la inversa. Un lío.
Un nuevo proyecto
El jueves me reúno con la productora y el equipo que se van a encargar de ‘El diario de Jorge’. La labor de una productora es entusiasmar al presentador con un proyecto. En mi caso les digo que no se esfuercen: vengo entusiasmado de casa. A estas alturas de mi carrera detecto cuando un equipo sabe lo que quiere hacer y cómo llevarlo a cabo. Ellos lo tienen claro y yo también. Otra cosa distinta es de qué manera acepte la audiencia la propuesta, pero para eso no existen recetas. Me entusiasma el proyecto y me entusiasma todavía más hacerlo en pleno verano, porque consigue meterme en el cuerpo un nerviosismo de principiante que me pone muchísimo. En esa época en que las cabeceras de cartel están descansando, llegamos nosotros con la ilusión de que ‘El diario de Jorge’ rellene muchísimas horas de televisión. Otro día contaré cómo conocí a la que será mi directora. Nos lo llegan a decir hace más de veinte años, la noche que coincidimos por primera vez, y no nos lo creemos. Menuda fantasía. Me gusta que el programa se llame ‘El diario de Jorge’ y no de Jorge Javier. Una vez que el público se ha aprendido mi nombre –y no era fácil– me encanta que el programa utilice aquel con el que me conoce mi gente más cercana. Después de tantos años me emociona más que me vean como un vecino y no como un presentador.