El jueves por la mañana me hacen una resonancia por lo del ictus. No soy especialmente quejica con las pruebas médicas. De hecho, las tolero con donaire. Creo que mi querencia por los tratamientos estéticos –pinchazos en la cara, extracciones de sangre, máquinas que hacen un dolor que te cagas...– me ha ayudado a superar con tranquilidad todo lo que huela a hospital. Pero tengo que reconocer que el jueves lo pasé regular porque la resonancia fue más larga de lo que yo recordaba –luego me dijeron que añadieron una secuencia más– y encima tuve que hacérmela con mascarilla.