Se sentaron en el plató del Deluxe con una excusa peregrina: que Raquel Bollo no les cogía el teléfono. Los primeros compases de la entrevista resultaron anodinos. Parecía que estábamos asistiendo a un ajuste de cuentas propio de una clase de parvulario.
Las Mellis estaban cortadas, aplastadas, superadas por un plató que les imponía. Contestaban con evasivas, no querían mojarse, pretendían plantar batalla pero no estaban muy dispuestas a enseñar la patita. Hasta que entró la Bollo y se armó la mundial. Porque se produjo entre las tres un cruce de acusaciones exquisitamente barriobajero, de los que a mí me gustan, de esos que la gente se chilla y se chilla sin decirse nada. Una escena de vecindonas de barrio vestidas Deluxe, algo demencial. Elegantemente vulgar. Porque a mí, esta televisión, también me gusta: la insensata, la que no llega a ningún puerto, la chalada, la incontrolable, la que te divierte por gamberra, por cheli y porque nos da la gana. Que Las Mellis se hayan sentado en un plató para exponer la quiebra emocional del ejército que antes custodiaba a la Pantoja –ellas mismas, Bollo- da cuenta del estado en el que se encuentra el armazón emocional de Cantora. Ruina y desolación. Tierra quemada. Durante el programa le digo a Las Mellis que han sido un timo, que la Bollo les ha ganado la partida, que han tardado demasiado en despertar. Ellas se pasan mis comentarios por el mismísimo y cuando las despido no me dedican ni una mala “puñalá” en forma de maldición. Al contrario. Se mueren de la risa y me piden que las lleve a Supervivientes 2016. Vamos, que no podemos decir que estuvieran muy afectadas por haberse peleado con la Bollo. Más bien las veía yo liberadas, fíjate tú. O simplemente que llevan pasando de ella desde hace tanto tiempo que la bronca del viernes sirvió para certificar la muerte de una amistad que nunca existió.