Me está trayendo muy buenas experiencias el Tinder. Si para conocer gente hay que adaptarse a las nuevas tecnologías, yo me apunto. Paso de mirar al pasado si no es para recurrir a él como pozo de anécdotas. Nunca para santificarlo, aunque sí creo que en algunos aspectos era mejor. Por ejemplo, en el laboral.
Quedo con un muchacho de 28 años que ha estudiado periodismo con un currículum extraordinario, ha impartido clases en la facultad y está a punto de leer su tesis. Pese a todo ello, su futuro profesional es tan oscuro en nuestro país que está a punto de trasladarse a uno sudamericano para dar clases en una reconocida universidad. Él se resiste porque no quiere dejar España y yo trato de convencerle de que lo mejor que puede hacer en estos momentos es largarse.
Porque, sinceramente, creo que este país no se merece que tanta gente con tantísimo talento se quede para trabajar por un sueldo miserable y una expectativa de mejora muy precaria. De todas las cosas que se han hecho mal en España –y mira que se han hecho–, una de las peores es cargarse el futuro de muchísimos jóvenes, que se ven obligados a aceptar varios trabajos para llegar a final de mes con un sueldo que a la mayoría de ellos los incapacita para vivir, no ya de manera holgada, sino dignamente.
Así, cada vez conozco a más gente que por edad deberían poder vivir solos y se ven empujados a compartir piso entre varios si quieren largarse de casa de sus padres. No era así cuando yo empecé a trabajar en este mundo. Se cobraban sueldos que te permitían vivir y prosperar, pero 25 años después de mi llegada a Madrid los sueldos apenas se han incrementado. Las empresas se aferran a la crisis para pagar poco y pueden seguir haciéndolo porque siempre habrá muchachos y muchachas que aceptarán un trabajo por un sueldo mediocre a cambio de meterse en la rueda. Es tan discutible como comprensible.
Creo que mi generación ha sido la última que ha pillado buenos sueldos en la tele, y eso que cuando yo entré ya no tenían nada que ver con los que se pagaban años atrás. Soy un privilegiado. Conocí aquella televisión y conozco la de ahora y creo que los que ahora están abriéndose paso lo van a tener mucho más crudo. También es cierto que cuando eres más joven te puede la ilusión y con los años eso se convierte en no querer perder lo conseguido.
Es decir, que el sentimiento, como la materia, no se crea ni se destruye, solo se transforma. A los nuevos les diría que hay que luchar. Y que por encima de todo hay que intentar hacer lo que te gusta y no escuchar a gente como yo que a veces hace este tipo de reflexiones un tanto pesimistas. Porque de la misma manera que reconozco la dureza de mi profesión, también afirmo que no la cambiaría por otra. Y que, si por mí dependiera, volvería a repetir el mismo camino con todas las grandísimas equivocaciones que llevo a mis espaldas.