Rocío Carrasco está consiguiendo algo importantísimo: que cada una de sus apariciones en un plató de televisión se convierta en algo apoteósico. Fastuoso. Me gusta utilizar expresiones tan rimbombantes porque sé que sus odiadores sufren ataques de histeria. Porque Rocío tiene odiadores, claro, pero cada vez menos porque las pruebas que exhibe son tan contundentes que los que tienen un mínimo de entendederas se están retirando. Y los que siguen erre que erre es porque les conviene para su negocio. No hay más. Pero se están quedando sin argumentos y se nota porque, al verse acorralados, los ataques que lanzan son más bastos, más gruesos. Allá ellos, nosotros a lo nuestro. Oye, yo puedo entender que Rocío Carrasco te caiga mal o peor, pero lo que es indudable es que lo que cuenta no deja lugar a dudas. “Es el discurso del odio”, dicen algunos. Curiosamente, los que lo afirman son los que peor mala leche destilan cuando hablan o escriben sobre el asunto, catalogando a la muchacha de enferma mental para echar por tierra sus argumentos. Yo, que hablo con ella periódicamente y que la tuve el viernes en el especial, la vi muy lúcida. Explicándose con cordura y con un léxico que para sí quisieran muchos de los que la ponen verde. No ya todo, sino con que tuvieran la mitad de la mitad ya me bastaría. No sé por qué extrañan tanto las declaraciones de Rocío Carrasco. Si repasamos las vidas de las grandes artistas de la historia es un tema recurrente que parte de la familia se olvidara de la persona y viera a la artista en cuestión como la gallina de los huevos de oro. Ejemplos los tenemos a cientos, pero cuando la Carrasco cuenta algo parecido la tachamos de loca. Han sido muchos años de silencio para salir a los platós como ahora lo hace: sin complejos. Y, fundamentalmente, sin miedo. Está pasando ahora una cosa muy curiosa: que cada vez que Rocío habla claro los receptores de sus dardos se ven cada vez más pequeñitos. Más miserables. Más mezquinos, en definitiva. ‘En el nombre de Rocío’ no ha hecho más que empezar y ya se ha liado. Todo será cuestión de tiempo. Si al finalizar la docuserie todavía queda alguien que la cuestione ya es para hacérselo mirar. O, directamente, para retirarse.