Esta semana he desarrollado una pasión exacerbada por el tenis. No me había pasado nunca. Hasta la fecha me había alegrado con las victorias de los jugadores españoles pero reconozco que jamás he visto entero un partido de tenis. Hasta que llegó ‘El diario de Jorge’. Hasta que llegaron los Juegos Olímpicos de París. Hasta que llegó Alcaraz. España vibra con el jugador murciano y yo estoy feliz porque ningún otro partido suyo volverá a coincidir con mi programa. Menos mal. El jueves, a las cuatro y media de la tarde, más de tres millones de personas –que se dice pronto– estaban viéndole en La 1. Fue el minuto de oro del día. Durante estos días he llegado a preguntarle a Google cuánto duraba de media un partido de tenis. De una manera enfermiza miraba continuamente a qué hora estaban programados, si empezaban en punto y a qué hora acababan. Pero ya está. Se acabó Alcaraz, no coincidimos más. Lástima que perdiera el domingo con Djokovic porque además me cae fatal. Por soberbio, por antipático y por antivacunas.
Mi programa tampoco coincidirá más con el fútbol. Así que, tenis y fútbol: tanta paz os llevéis como descanso dejáis. Vendrán otros deportes, lo sé. Y nos seguirán haciendo daño. Sin ser yo aficionado, el sábado me tragué los saltos de Peleteiro y a unos cuantos señores y señoras nadando. Me tranquiliza saber que solo nos quedará por sufrir otra semana más de Juegos. Lo pienso fríamente y casi lo agradezco. Así podemos ir rodando el programa. Ajustándolo, engrasando elementos. Y yo puedo ir haciéndome tranquilamente con la mecánica. Calderón de la Barca escribió una obra de teatro que se llamaba ‘Casa de dos puertas mala es de guardar’. Pues imaginaos un plató como ‘El diario de Jorge’, que tiene cuatro. De repente me giro y me doy de bruces con una persona que iba a entrar por otro lado. “Pero bueno, si pensaba que me iba a entrar por el pantallón”, me veo yo diciéndome a mí mismo. Y no. Me ha entrado por el reservado.
Vaya por dios. “Backstage”, “pantallón”, “reservado” y “la 4”. Esos son los nombres de cada una de las entradas. Comprenderéis que necesite mis días para hacerme a ellas. Qué nervioso estaba el primer programa. Aceleradísimo, con el corazón disparado. Hacía años que no tenía esa sensación. Pero tanto el jueves como el viernes volví muy contento a casa. Las piezas están empezando a encajar. Me estoy haciendo con la dinámica y con Verónica, la directora, que es la persona que tengo ahora al pinganillo. He tenido al oído a las mismas personas durante muchísimos años: en el ‘Deluxe’, en el ‘Sálvame diario’, en ‘Supervivientes’, en ‘Hay una cosa que te quiero decir’. Acoplarse a otra requiere tiempo, paciencia y entusiasmo.
En una semana hemos progresado más que adecuadamente. Recomiendo a todos los compañeros que estrenen un programa alejarse de las redes. Como es lógico, todo el mundo opina. Y todo el mundo tiene su parte de razón, o sea que tienes todos los números para volverte loco. Lo que no soporto son los consejos. Por varias razones. Porque, como diría la legendaria María Félix, “la gente tiene que equivocarse sola”. Porque, como diría Lydia Lozano, “los consejos, en dólares”. Y por último: porque los consejos no se dan; se piden. Ante un estreno televisivo me acuerdo mucho de los cien días que se le da a un gobierno que acaba de llegar al poder para poder empezar a valorar sus acciones. Pues lo mismo con un programa de televisión diario que nace con vocación de permanencia. Requiere tiempo para adquirir alma, corazón y vida, que diría el bolero.