Creo recordar que sucedió a principios de la semana pasada. Durante la inauguración de un centro de belleza. Si me invitaran a un acontecimiento de esas características yo, que soy de comerme el tarro a lo bestia, me preguntaría: ¿Lo hacen por cómo soy o por lo que podría llegar a ser si me convirtiera en cliente? Es decir: ¿Me convocan por guapo o porque necesito cuidados? ¿Se harían esta pregunta Isabel Preysler y Pablo Motos, al que llevaba colgado del brazo en la celebración del evento? No lo sé. No los conozco. Fue en ese lugar, si no me equivoco, donde le preguntaron a Pablo Motos por mí y contestó que no le motivaba nada sentarme en su programa para que me entrevistara. Sinceramente, Pablo: no entendí tu respuesta. Desaprovechaste la oportunidad de tener un invitado a tu altura.
El cuerpo no me pide jaleo
Ahora que llevo unos meses fuera del circuito televisivo me podría haber dado por meterme en varios charcos pero reconoceréis que estoy de lo más anodino. Después de tantos años en primera línea de fuego vienen bien unos meses de sofá, mantita y perfil bajo. No me pide el cuerpo mucho jaleo y tampoco quiero dar la sensación de andar buscando permanentemente casito. Así que me estoy convirtiendo en una especie de santón que todo lo acepta y todo lo disculpa. De ahí que me haya parecido un auténtico terremoto emocional la segunda parte de ‘Sálvese quien pueda’, que se estrenó el 1 de febrero en Netflix. Discurrían mis días entre paseos apacibles e interesantes lecturas cuando, patapám, reaparecen en mi vida mis compañeros de ‘Sálvame’. Y nada más y nada menos que en México. Qué intensidades. Ya había olvidado cómo eran todos juntos y revueltos. Ha sido como la llegada precipitada del Carnaval. Qué exuberancia de trajes
–como para unas bodas–, de maquillajes –para más bodas– y de copas de vino blanco. Fue precisamente en uno de esos almuerzos cuando se produce una escena que me la habré visto más de cincuenta veces. Pasa un señor vendiendo números de lotería. Les dice que tocan siete millones de pesos. Compran no sé cuántos números. Luego los “descompran” porque les parecen demasiados. Se los pasan por la chepa a Lydia. Alguien pregunta: “¿Cuánto nos tocaría con lo que hemos comprado?”. Lydia contesta: “Ciento cincuenta pesos”. María Patiño se descojona porque eso debe ser una porquería de dinero y Lydia se pone a llorar desconsoladamente. ¿El por qué? No lo sabemos. Pero es tan surrealista la escena, tiene tan poco sentido común, es tan ida de olla que es absolutamente hipnótica. Nadie escucha a nadie. Nadie hace por entender al prójimo. Si antes hacían neorrealismo ahora son directamente teatro del absurdo. La frase para la posteridad la pronuncia, cómo no, Belén Esteban. Mirando a cámara y muy seria, dice: “En ‘Sálvame’ siempre se ha dicho que Lydia tenía chepa”. Es decir, que la chepa de Lydia era algo así como una cuestión de fe, no un hecho fácilmente comprobable. Un disparate.
Sí, lo digo, tengo oblicuos
Lo de Lydia tiene que ver con un terrible accidente de coche que sufrió cuando era jovencita. Yo también tengo chepa. La he corregido un poco con el deporte pero tengo que estar muy pendiente para que no se me vea cargadito de espaldas (eufemismo). No me gusta mi torso. De mi cuerpo me gustan mis manos. Mis pies también están muy bien. Las piernas están cogiendo forma y estoy bastante orgulloso de ellas. Tengo oblicuos. Sí, lo digo, tengo oblicuos. Pero en general mi torso es para descambiarlo, que diría mi Mila. Lo tengo muy ancho. A mí me gustan esos torsos que se ponen de perfil y son como un papelito de fumar. Es decir, un torso que no tenga nada que ver con el mío. Pero que yo sepa no existen operaciones de estrechamiento de torso.
Todos queremos a Angy
No puedo cerrar este blog sin hablar del Benidorm Fest, claro. Me gustó mucho St. Pedro y su canción. Me emocionó su actuación, me tuvo al borde mismo de la lágrima. Me encantó Angy porque, como escribió Carlos Marcos en El País, todos queremos a Angy. Y es verdad. Porque no hay más que verla en un escenario para vibrar con su talento y con el compromiso que tiene con su profesión. Disfruta cantando y entiende muy bien qué significa ser artista porque ella lo es. Ser artista no es solo cantar bien. Es una forma de entender la vida y enfrentarse a ella. Vamos con Nebulossa. Me gusta la canción ‘Zorra’. Nos vamos a hartar de cantarla y de bailarla. Con Eurovisión tengo pocas dotes para la clarividencia. No controlo el cotarro. Confesión: no me gustó Chanel en el Benidorm Fest y luego me impactó en Eurovisión. Creo que uno de los principales problemas que tiene Nebulossa es que sus miembros tienen pocas ganas de Eurovisión. A simple vista les falta hambre de certamen y los veo poco enérgicos a la hora de enfrentarse a la durísima promoción que les espera. Tengo mis dudas pero como he escrito antes me he convertido en un santón y acepto que me puedo equivocar de cabo a rabo. Me sorprendió que una de las presentadoras –creo que fue Ruth Lorenzo– catalogara a la cantante como la ‘Madonna española’ Me sonó un tanto hiperbólico. Rectifico: hiperboliquísimo.
Ana Belén me emociona
Acabo el domingo viendo a Ana Belén en ‘Lo de Évole’. A veces con una sonrisa. A veces emocionado. Y feliz de poder asistir a una charla siempre apasionante entre dos figuras de este país. Se nota que Jordi admira a Ana Belén –quién no–, pero conduce la fascinación que le suscita el personaje con tal maestría que consigue despojar a la artista de su aura mítica. Ana se deja porque se encuentra en territorio amigo. Y se entrega. Se rompió al hablar de sus padres y le dio la espalda a la cámara para que no se la viera llorar. Me impactó mucho verla así y recordar que las estrellas también tienen padres que se hacen mayores.