“En teatro naces y mueres todas las noches”. La frase se la he escuchado a Nacha Guevara aunque probablemente no sea suya y sea un lugar común entre los actores. También en la televisión naces y mueres. Quizás no todas las noches pero sí en cortos espacios de tiempo. A Belén Esteban se la ha defenestrado varias docenas de veces pero ella sigue ahí, impertérrita, como la Cibeles. Soportando las malas rachas con estoicismo y celebrando las buenas audiencias con mesura porque después de más de veinte años de oficio sabe que la gloria televisiva dura lo que un caramelo a la puerta de un colegio. (Qué antigüedad de dicho. Quizás deberíamos cambiar lo del caramelo por un iphone).
Belén sabía que la del sábado era su noche. Después de más de dos años de dolor quería compartir su alegría con todos aquellos que a lo largo de este tiempo la habían creído, que somos muchos. Para la ocasión podría haberse echado kilos y kilos de brillo y aparecer como una vedette pero optó –acertadamente- por un look más académico que le confería un aire de profesora universitaria con master incluido. Belén nos ha regalado entrevistas antológicas. Las más disparatadas coincidieron con la época en la que su enfermedad estuvo a punto de destrozarla. Por aquel entonces la Esteban lloraba, reía, se desesperaba, pasaba por momentos de euforia y volvía a desmoronarse en microcentésimas de segundo. Televisivamente era un espectáculo, un festival de emociones tan adictivo como la enfermedad que estaba sufriendo. Pero esos “Belenazos” que la convirtieron en “Princesa del Pueblo” estuvieron a punto de acabar con ella. Sin embargo supo tomar a tiempo las riendas de su vida y salió de ese pozo negro que la estaba sepultando.
Acepto que Belén Esteban no sea ejemplo de nada pero su caso puede servir a muchas personas que estén atravesando su misma situación para saber que no todo está perdido. Pero a lo que vamos, a la entrevista del sábado. Estuvo Belén espléndida y punto en boca. Tranquila, sosegada, repartiendo hostias a diestro y siniestro con habilidad, sin caer en la histeria ni en el dramatismo. Y eso que tenía todos los números para volverse loca porque lo que le ha hecho Toño Sanchís durante estos dos años ha sido lamentable. Declaraciones rastreras, insinuaciones humillantes, actuaciones provocadoras. Me hace gracia cuando Sanchís pide respeto para su familia. ¿Se lo tiene él a sus hijos tildando de sucia y vaga –entre otras lindezas- a la mujer que representó durante nueve años? ¿Es ese un modelo a seguir para un hijo? Toño Sanchís ha representado durante todo este tiempo lo peor del ser humano. Ha sacado a pasear su enciclopédica incultura para intentar destrozar de una manera terrible y mezquina a una persona a la que ha estafado de manera sistemática, lo que resulta algo de locos. No sólo es el verdugo de la historia sino que además ha intentado aniquilar a la víctima soltando mierda para enfangar un proceso que tenía perdido desde el principio. Hace muy bien Belén en no quedarse aquí y seguir por lo penal.
La actuación de Toño, jaleada incluso por algunos compañeros, pasará a la historia como uno de los episodios más negros y siniestros que hemos tenido que vivir los que nos dedicamos a esto del entretenimiento. Pero lo más triste de todo esto es que la audiencia no se ha enterado de todo. Que por pudor hemos callado y ocultado situaciones que dejarían a Toño en tan mal lugar que la cárcel sería para él un balneario de lujo asiático. Así como no habrá paz para los malvados, tampoco debe haber paz para este Toño Sanchís que no ha tenido ningún reparo en intentar enterrar a una mujer de la que se aprovechó cuando estaba débil. Lo bonito de esta historia es que en la vida no siempre triunfan los malos. Que después de un largo calvario Belén Esteban puede respirar tranquila. Ahora sólo le queda trabajar fuerte para intentar olvidar lo antes posible un episodio que tanto sufrimiento le ha causado. Sinceramente: no se lo merecía.