El viernes por la mañana acabo en urgencias por culpa de un dolor de cabeza terrible y la garganta destrozada. La doctora que me atiende decide hacerme un escáner para evitar sorpresas desagradables. Cita mis antecedentes. El ictus, vaya. Y cuando hago el camino de la habitación al lugar de la prueba en silla de ruedas comienza a darme un poco de bajón. Y al dejarme aparcado para esperar mi turno la cabeza empieza a dar vueltas poniéndose en lo peor, claro. Pensaba yo, sentadito en mi sillita, todo vulnerable: “Mira que si ahora me dicen que tengo un tumor cerebral”. Y ante la perspectiva de tener que decir adiós a este mundo comencé a hacer un rápido repaso vital y a imaginar cómo serían mis últimos días. “Porque en el fondo todo esto no es más que una lotería, una gigantesca lotería en la que llevas un décimo desde que naces que te puede tocar en cualquier momento. Pero, vamos, que tocar te va a tocar. El premio gordo, además”, explico yo en mi función ‘Desmontando a Séneca’. Creo que lo que haría si me anunciaran que me ha tocado el gordo sería dejar de trabajar. Pero no para vivir lo que me quedara de manera loca, sino para prepararme del mejor modo con el fin de aceptar el adiós con el menor miedo posible. Afortunadamente, me dieron buenas noticias y la culpa de mi malestar es un resfriado que no se acaba de largar y unos mocos rebeldes que están dando demasiado por saco. Así que por ahora sigo jugando en la vida. Pero yo, como todos los que estamos vivos, sigo esperando a que me toque el décimo. Vuelvo a ‘Sálvame’ por la tarde y me lo paso francamente bien. Estaba inquieto por la vuelta.
He estado fuera dos semanas y durante este tiempo he visto qué exaltados estaban los ánimos por el asunto de Rocío Carrasco. Y yo es que en este charco no quiero broncas, la verdad. Mucha gente lo está viviendo como si fuera un ‘GH VIP’, tomando partido por uno o por otro de una manera a veces salvaje. Como yo me siento más cercano a Rocío Carrasco, he recibido miles de mensajes deseándome varios cánceres, muertes dolorosas y males varios. Vaya, qué manera más bonita de apoyar a Antonio David. No toda la vida es un reality aunque a veces lo parezca. Para mí, el testimonio de Rocío Carrasco es incuestionable. Me sobran la mayoría de opiniones y, fundamentalmente, la mía. Porque de la misma manera que no me atrevería a aconsejar a un cardiólogo sobre una operación a corazón abierto, no entiendo qué conocimientos poseemos para enmendarles la plana a todas las expertas en violencia de género que han dictaminado que Rocío es una víctima. A ver si empezamos a darnos cuenta de que salir por la tele no nos da licencia para opinar de todo. Cuestionar que Rocío Carrasco no es una víctima no nos hace más sagaces o más atrevidos. Nos hace, simple y llanamente, menos humanos.