Me invita Gemma Nierga a su “Hoy por Hoy” para charlar sobre la banda sonora de mi vida y entre la lista de canciones que le paso hay una de Miguel Poveda.
Admiro a Miguel. Posee un talento extraordinario y siendo ya tan joven tiene reservado un puesto privilegiado en la historia de la música de este país. Los dos somos de Badalona y casi de la misma quinta: soy tres años mayor que él. Me gusta imaginar que de niños y adolescentes compartimos vivencias y sensaciones en nuestra ciudad natal. Ambos vivíamos en barrios periféricos y estoy convencido de que gastábamos nuestro tiempo paseando por la Calle del Mar –la calle de las tiendas- o por las Ramblas.
Debió tenerlo complicado Miguel. Cuando empieza a moverse por las peñas flamencas de Catalunya –hablo de mediados de los ochenta- éstas tienen mucho de refugio de emigrantes y de cara a los demás un fuerte componente cutre. Es más: una parte de la sociedad las ve más como lugares de inadaptados que como sitios donde pueda llegar a florecer el arte. Muy convencido tiene que estar uno de lo que hace para sobrevivir en aquella Badalona tan hostil con todo lo que oliera a flamenco. Pero Miguel lo estaba, claro, cómo no lo iba a estar con lo que lleva dentro.
Cuando hace más o menos un año lo vi actuar en un Teatro Real de Madrid abarrotado me sentí tan orgulloso de él como si formara parte de mi familia. Viví su éxito como si fuera mío. De un barrio de Badalona a poner boca abajo el Teatro Real. Eso sí que es triunfar. Para que luego vengan las fans de la Pantoja a decir que todo lo que tiene Miguel se lo debe a ella. Hombre, pues no. Pantoja no se merece esas fans. Debería mandarlas callar porque idioteces como las que sueltan de Miguel Poveda no le favorecen.
A las fans de la Pantoja les favorece el silencio. Rectifico. La mudez.