Cuando era adolescente comenzaron a impartirse en la escuela algunas materias en catalán. Recuerdo que en B.U.P. empezaron a darnos matemáticas en catalán y al principio nos entraba la risa al escuchar la maldita asignatura en un idioma distinto al habitual. Eso sucedía en el colegio porque en la calle nos parecía lo más normal ir a una tienda, que te hablaran en catalán y tú responder en castellano.
Mi padre amaba el catalán. Ya he contado que era nacionalista, muy de Pujol. Siempre explicaba muy cabreado la anécdota de que durante la dictadura un funcionario le había dicho a un señor que hablaba en catalán que no ladrara, que hablase en castellano. Se le quedó grabado ese insulto y siempre reivindicó la importancia de expresarse en la lengua que cada uno quisiera y, sobre todo, que no existiera un gobierno que prohibiera la utilización de esa lengua que él tanto amaba. Mi padre estaba empeñado en que yo hablara catalán. Lo intentaba por todos los medios. Había temporadas que llegaba a casa, se dirigía a mí en catalán y esperaba que yo le respondiera en el mismo idioma. No lo conseguía porque me daba vergüenza. Mi catalán era muy correcto pero le faltaba acento porque era castellanohablante.
Acabábamos de salir de una dictadura y en Badalona comenzaba a surgir entre la gente joven un lógico sentimiento nacionalista. Y empezaron a formarse dos grupos: los que hablaban catalán y los que no, entre los que me encontraba yo. Hijo de emigrantes. No se utilizó durante aquella época el idioma como un elemento que podía unir culturas sino que sirvió para diferenciarlas. Los que intentábamos hablar catalán nos topábamos con sonrisas compasivas por parte de aquellos que lo llevaban hablando toda la vida. En vez de valorar el esfuerzo se nos reprochaba nuestra torpeza. Todo esto ya lo he contado en alguna entrevista, que no me tachen ahora de oportunista. También es verdad que conforme fueron pasando los años esas sensaciones fueron diluyéndose y antes de trasladarme a Madrid viví una época de perfecta convivencia entre ambos idiomas.
Y ya en Madrid me cabreaba con aquellos que no entendían el bilingüismo. Tuve broncas con un montón de amigos que eran incapaces de aceptar que dos idiomas y dos culturas distintas podían convivir sin ninguna dificultad. Por eso no sé qué ha pasado durante estos años para que Isabel Coixet llegue a pronunciar en una entrevista frases tan alarmantes como “Nos están echando de Catalunya”. Leo las declaraciones de Coixet, a la que admiro, y empiezo a sentir angustia. Ha llegado a contar que la han insultado y que la han esperado a la puerta de casa. Me intranquiliza leer algunos titulares de El Mundo el domingo: “El Gobierno toma el control absoluto de la Generalitat ” o “Poner coto a la propaganda de TV3”. Ya no sé si hay solución y, lo que es peor, no sé lo que sucederá después.