Detesto las frases hechas. “Un caballero que se viste por los pies”, “Soy una señora”, “No ofende quien quiere sino quien puede”. Pero no encuentro nada mejor para definir a Pablo Iglesias que una de ellas: “Morir de éxito”. Alcanzó la gloria en un cuarto de hora y se pegó tal atracón de ego que cada vez que habla vomita orgullo. Nos habla como si fuéramos retrasados, masticando bien las palabras para que nuestros cerebros sean capaces de asimilar sus grandes mensajes, echando siempre la culpa a los demás por no ser capaces de entender que de él depende la salvación del país. Si en un principio colaba esa letanía que repetía sin cesar -“nosotros queremos cambio, son ellos los que no quieren”- sus palabras nos suenan ahora a pescado congelado. A tomadura de pelo. A garrafón ideológico. Que se deje de monsergas y no continúe martirizándonos. Y si puede ser, que Errejón tome las riendas de ese partido y nos siga haciendo creer que otro mundo es posible.